Negocio de la atención, estrategia de la distracción

Por Jorge Majfud (*) - Texto II.

Apenas caído el Muro de Berlín, los dos libros más promovidos de forma mediática y dogmática fueron dos adefesios estratégicos: El fin de la historia y el Ultimo hombre (1992), de Francis Fukuyama (alegato a favor del neoliberalismo) y El choque de civilizaciones y la reconstrucción del orden mundial (1996), de Samuel Huntington (alegato en favor de las nuevas guerras en los países petroleros no alineados).

Los debates electorales desde 1998 hasta 2016 fueron, básicamente, una competencia sobre qué candidato sería más macho como para arrojar una lluvia de misiles en cada país peligroso que “amenazaba nuestra seguridad nacional” y quien enviaba más soldados jóvenes a morir “para luchar por nuestra libertad”. Para esas mismas elecciones, otro perro muerto conocido de los nacionalistas que se habían dedicado a intervenir en las guerras genocidas en América Central, se convirtió en el centro del debate.

Otra vez, el poder no necesita ni puede crear opinión directamente; lo hace señalando cuál es el tema urgente y existencia. A una marcha de unos miles de pobres trabajadores y desplazados centroamericanos se la calificó de invasión y a sus hombres de potenciales violadores de hijas y esposas, exactamente la misma acusación que los esclavistas sureños repetían a principios y finales del siglo XIX como justificación para mantener a los negros bajo el estado pedagógico de la esclavitud. Como los esclavos en el siglo XIX, los inmigrantes en el siglo XXI son el chivo expiatorio ideal: no votan. En el siglo XX los comunistas y en el siglo XXI los musulmanes, no son una minoría poderosa, ni electoral ni económica.

Pero, como adelantamos más arriba, no es posible crear opinión pública del día para la noche en un mundo poblado por críticos y rebeldes, por lo que se creó (1) un Mercado de la atención (cuyo mayor y paradójico recurso ha sido siempre la distracción) para acciones rápidas y (2) un Mercado de la educación (sobre todo invirtiendo en una historia distorsionada de los países y de los imperios) como apoyo más sólido y a largo plazo.

Sólo en Estados Unidos, la publicidad mercantilista es uno de los mayores sectores de la economía. En 2021, la publicidad digital consumió (o generó, dependiendo del interesado) 300 mil millones de dólares (más de siete veces la economía de Alaska o el 42 por ciento de todo el gasto mundial en publicidad) y se espera que para 2030 supere lo que hoy suma toda la economía de Argentina. Es decir, la economía publicitaria (de propaganda) ha crecido desde 2001 mucho más rápido que el PIB de Estados Unidos. No todo se invierte en vender agua embotellada e, incluso, cuando se promocionan tantas marcas de agua no se lo hace de una forma ideológicamente inocua. No me refiero solo a la destrucción del planeta, que eso es como un detalle.

Entre 1994 y 2003, cinco millones de personas murieron en la Guerra Mundial de África, con centro en el Congo, Ruanda y Uganda. El resto del mundo apenas se enteró. En 2010 se anunció que el país más rico per cápita del mundo, Catar, sería la sede del campeonato mundial de fútbol 2022. Como en otros mundiales, la elección estuvo manchada por la corrupción de la FIFA.

Desde 2010 hasta 2020, al menos 6750 inmigrantes pobres murieron en las obras necesarias para preparar la gran fiesta. El 7 de enero de 2015, 17 personas fueron asesinadas en París por dos fanáticos musulmanes de nacionalidad francesa. El 11 de enero, sesenta líderes del mundo desarrollado y sus satélites volaron a Francia para desfilar tomados de la mano hacia la Plaza de la Nación contra la barbarie del otro. Días antes del atentado, entre el 3 y el 7 de enero, en Nigeria, dos mil personas habían sido masacradas por las huestes de Boko Haram. Entre 2017 y 2018, decenas de miles de jóvenes murieron en Yemen bajo las bombas de Arabia Saudí, una dictadura aliada de Europa y Estados Unidos por generaciones. Las bombas que cayeron en territorio rebelde fueron construidas y vendidas por Estados Unidos.

En el mismo período, los medios estadounidenses estuvieron ocupados con la masacre en Las Vegas, la masacre en Orlando, la condena del actor Bill Crosby por abuso sexual unas décadas atrás, la confirmación del juez Brett Kavanaugh a la Suprema Corte (acusado, sin efecto, de una violación sexual en su juventud), las denuncias de Stormy Daniels y los detalles sobre el pene del residente Trump que, según la prostituta VIP, era algo raro, cortito y con una cabeza como un hongo.

En ningún caso la atención cautiva, el consumo de la novedad, produjo algún cambio o movilización popular sino exactamente lo contrario. Anestesia. Otra vez, el resto del mundo casi no se enteró de las tragedias en África y Medio Oriente y, casi por unanimidad, olvidó todos los incidentes. El objetivo es el consumo, sea de alimentos, de bienes o de noticias urgentes y morbosas. Como ocurre desde hace siglos, las etnias no europeas no sienten, no duelen, no interesan, no producen noticia.

En 1899, el general Frederick Funston torturó y violó mujeres filipinas a gusto antes de explicar los hechos: “hay quienes en nuestro país cuestionan la ética de esta guerra… No saben que en realidad los filipinos son analfabetos, semi salvajes que pelean una guerra contra el orden y la decencia anglosajona”. En una carta enviada a su familia en New Jersey, el soldado Kingston escribió: “matamos hombres, mujeres y niños… Me siento en la gloria cuando veo mi pistola apuntando a un negro y le disparo”. El jueves 20 de julio, el soldado y corresponsal del New York Evening Post en Filipinas, H. L. Wells, lo confirmó: “hasta ahora nadie ha cuestionado el hecho de que nuestros soldados en Filipinas les disparan a los negros por deporte… Pero el pueblo estadounidense puede estar seguro de que no ha habido más muertos filipinos de los necesarios; al menos no más de lo que los británicos consideraron necesario matar en India y en Sudán; no más de lo que los franceses mataron en Annam [Vietnam]”. América sólo matará a 200.000 filipinos en unos pocos años.

Setenta años después el general estadounidense William Childs Westmoreland, héroe de las masacres de Vietnam, afirmó que “los asiáticos no entienden lo que es el valor de la vida. Allá la vida vale poco, eso está en la misma filosofía de Oriente, aparte de que hay muchos de ellos”.

Desde hace milenios, toda historia viral debe contar con tres elementos necesarios y suficientes: (1) villanos, (2) víctimas y (3) héroes. La distribución de roles depende del poder hegemónico de turno. Los otros (los humanos de otras razas allá y de otras ideas políticas acá) son la amenaza. Los enemigos. Cuando son víctimas, no duelen. Cuando son nuestras víctimas, no existen. Nuestros muertos son verdaderos porque duelen. Si no conmueve, no interesa. Si no interesa, no vende. Pero aun lo que interesa y vende tiene sus límites, sus reglas y sus condiciones.

Nadie mejor que los mercenarios del mercado para estudiar y explotar estas reglas ancestrales, como McDonald ha explotado el deseo (no la necesidad) de grasa y azúcar de forma ilimitada.

Del libro Moscas en la telaraña: Historia de la comercialización de la existencia―y sus medios.

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(*) Jorge Majfud Albernaz, nació en Tacuarembó (Uruguay) el 10 de setiembre de 1969. Se graduó en Arquitectura en la Universidad de la República de Uruguay en Montevideo, y se doctoró en Literatura Hispánica en la Universidad de Georgia en Estados Unidos. Reside en Estados Unidos desde 2003.

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