DEBATE DE IDEAS / Por Esteban Valenti

Se supone que las columnas que varios actores escriben en medios impresos o electrónicos, las notas de prensa en los medios electrónicos, radio, televisión son parte de una circulación de ideas y por lo tanto al reflejar opiniones diversas, son un debate.

Se debate sobre muchos temas diversos, sobre fútbol – sin falta – lo mismo que sobre política, pero además sobre arte, cultura, economía, sociedad, ciencias y muchos otros temas. De la densidad, intensidad y nivel de esa circulación depende la calidad de la vida cultural e intelectual de una sociedad en un determinado momento.

Uruguay tuvo épocas de un altísimo y reconocido debate de ideas, a partir de la política, pero también sobre leyes, sobre cine y arte, sobre literatura y pintura, y nuestro nivel, del que nos jactamos con razón durante varios años, no era solo sobre el nivel de nuestra arquitectura y sus construcciones, algunas realmente magníficas y gigantescas para nuestras dimensiones, o las obras públicas irrepetibles, en los edificios públicos, legislativos, hospitales, bancos república en todo el país hasta dispensarios, escuelas, facultades y liceos.

Todo tendía a sobresalir, a competir en el mejor sentido de la palabra.

El debate no era solo a través de los medios, sino del espacio de nuestras obras y de nuestro atrevimiento. Han corrido muchos puentes debajo del agua y hoy si bien persisten algunos residuos o restos, estamos muy lejos.

Lo que más se nota por su intensidad, constancia y frecuencia es el debate político que adolece de una notoria falta de ideas nuevas, de aportes intelectuales, de enfoques que nos enriquezcan y nos aporten a nuestro crecimiento colectivo, precisamente en la diversidad.

Pero no es solo a nivel político, el debate sobre la educación carece casi totalmente de aportes desde la pedagogía, desde nuestra trayectoria nacional y otras experiencias. Para tomar un solo ejemplo.

No hablemos de la economía y su relación con la academia, si una ministra de economía egresada de la Universidad de la República, que destaca – la universidad – por su facultad de Ciencias Económicas, se permite introducir en un supuesto debate el tema de la autonomía relacionado con Adam Smith y Carlos Marx, podemos calibrar un ejemplo del desperdicio ideal e intelectual que existe en una parte fundamental de la sociedad culta uruguaya. Retrocedimos a tiempos casi olvidados.

Uruguay se destaca desde hace décadas por el alto nivel de su teatro, por la cantidad de elencos y de instituciones que le dan impulso para contar semanalmente con una cartelera que supera a la de grandes ciudades. Es una acumulación positiva de creatividad, de preparación artística, de técnicas de apoyo y sobre todo de espectadores exigentes. ¿Cuándo hace que no discutimos la situación del conjunto de las instituciones teatrales uruguayas después del terremoto de la pandemia?

Podríamos elegir otros ejemplos, sobran.

Lo más grave es que lentamente nos hemos saturado las neuronas, todos, me incluyo, de episodios escabrosos, escandalosos que ocultan lo fundamental, pero que son inevitables, inexorables. Es un duelo, o muchos duelos, no a pistola o sable contrafilo y punta, sino a ocurrencias y repeticiones hasta el cansancio del lenguaje de las redes, de la cortedad de razonamientos de las redes.

Si el debate político electoral se encamina en esa dirección, con ese nivel de observación y esas casi inexistente reflexiones, donde algunos creen que citando a Gramsci sin haberlo siquiera digerido, atacan a la izquierda y su estrategia y del otro lado no nos sentimos obligados, si obligados a discutir, no para ganar la discusión, sino para defender nuestra identidad ideal e intelectual de reptar a esos niveles.

Lo más grave es que las falsedades, los datos manipulados, las deformaciones son una parte fundamental de este debate. En algunos momentos parece que el que miente mejor, con más descaro tiene la mejores chances.

¿Qué debería surgir de un adecuado, necesario debate de ideas? ¿Un vencedor, un derrotado o varios? No, necesitamos construir, mejor dicho en algunos casos reconstruir una adecuada corriente de ideas, de propuestas, de proyectos, de aportes desde el estudio y el razonamiento para afrontar los diversos temas que componen nuestra vida social y cultural. Y naturalmente política.

No vivimos un tiempo a nivel mundial, donde este sea el nivel del debate, no se trata de escondernos detrás de los que están peor o mucho peor que nosotros, sino de tener memoria, de recordar o de estudiar nuevamente nuestro pasado y encontrar las raíces de ese pensamiento fermentario, lleno de audacias y de aportes que no solo se escribieron, sino que se construyeron, en nuestra legislación, en nuestras obras, en nuestras corrientes políticas, en nuestro teatro y literatura, en nuestra prensa y muchas otras cosas.

La campaña electoral puede ser un concurso de banalidades, de mentiras enteras o a medias, de vacíos imposibles de llenar o un desafío político e intelectual de gran importancia. No solo nos jugamos la disputa de los diversos gobiernos y cuerpos legislativos, sino que ante tantos problemas globales y nacionales, nos jugamos una oportunidad de discutir en serio, de mostrar lo que pensamos y de realmente participar de un auténtico debate.

En última instancia todo depende de nosotros, de los que aportamos nuestra presencia, nuestra sensibilidad, nuestros oídos y nuestros votos. Seamos exigentes.

  • UyPress – Agencia Uruguaya de Noticias

 

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