Aquellos tiempos… Recuerdos de Tacuarembó (*)

UNA CANCHITA EN 1924

En aquel tiempo, en que la hoy calle Catalina era Yi hasta el Barrio Porvenir, existía un predio propiedad del Mayor ® don Ceferino Costa, padre del primer aviador tacuaremboense, por entonces Alférez o Capital, que tapaba –por así decirlo- la hoy calle Simón Bolívar y era una linda canchita para fútbol que, como la de Defensor en Montevideo, tenía bajadita y todo…

Ese tramo, pasando el Sandú, de la ex calle Yi hoy se llama avenida Pablo G. Ríos, en justiciero homenaje a aquel personaje de múltiples facetas (y todas positivas) que fue don Pablo. Y por ella, al comenzar las mañanas de domingo, veníamos retozando alegremente la gurisada del barrio en que yo vivía y de otros cercanos. Entre ellos recuerdo al “Gordo” Tomás Larrea, – que era arquero obligado de uno de los cuadros que se formaban luego de la clásica “pisada-  Remigio Lamas, los hermanos Herminio y Félix Soboredo, el “Dientudo” Sima, algunos de los hermanos Landó (hijos del panadero Alberto), Juan Carlos Blanco, el que esto escribe y muchos otros cuyos nombres o apodos escapan a nuestra memoria.

Bueno es agregar, a fuerza de sinceros, que de allí no surgió otro valor que el “Gordo” Larrea, que fue buen golero de Oriental durante varios años. De los demás, unos pocos llegaron a segunda división. Pero la figura fue, indudablemente, nuestro amigo Tomás Larrea, que venía hasta la canchita desde su domicilio en Zabala y Constitución, donde su padre tenía una casa de comercio.

A la vuelta del “entrenamiento” nos metíamos en la zanja que corría por el lado izquierdo de la calle, por más de cien metros, donde escarbábamos como “peludos” o “tatúes” arrancando los deliciosos macachines que hacían de dicha zanja una atracción irresistible.

Quien transita ahora por la moderna Pablo G. Ríos, si es joven solo admira el progreso de dicha arteria, su belleza, sus hermosos jardines y la moderna edificación que la margina. Si tiene más de medio siglo acaso añore, con un nudo de emoción en la garganta, el viejo y sinuoso “puentecillo” de tablas, con barandas de ¡alambre!, que permitía salvar el Sandú cuando éste traía algo de agua, porque por lo general, en verano, se pasaba a pie sin ninguna dificultad.

Y recordará la vieja quinta de don Luis Casaballe (por donde actualmente está la Casa Cuna), y a la que los pibes llegábamos, con un cuento de comprar un vintén de uva o cualquier otra fruta, y salíamos ahítos de comer todos los frutos de la quinta con que nos obsequiaba el afable anciano de barba blanca en punta.

(*) Escrito por Cosme Benavides a principio de la década de 1980.

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Tacuarembó (*)

Los fantasmas vienen

a Tacuarembó

entre las dos y las tres.

Más allá de la sierra de Tambores.

Muchacho,

¡qué llano serenito de larga escarcha!

Tacuarembó en el viento de la mañana.

Yo me iba.

Los gallos aprisa

rompían la mañana.

 

(*) Pertenece al libro “Los pechos nublados” de Alejandro Laureiro (1915)

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Foto: Fachada del antiguo Cine Artigas, frente a Plaza Colón – Ciudad de Tacuarembó.

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