LA GUITARRA COMO PARTE DE NUESTRO PATRIMONIO CULTURAL / Por Eduardo Larbanois (*)

Hoy día hay innumerables maestros que siguen profundizando en este instrumento maravilloso.

Según algunos investigadores, el origen de la guitarra se remonta al antiguo Egipto, obviamente, no con el formato actual, pero sí con las características básicas que hoy la conforman: caja armónica, con fondo y tapas paralelos, encordado sobre la tapa, etc. Luego aparece en Europa central, donde se mantiene hasta hoy, comparte allí las expresiones en el escenario musical con el laúd (que viene de Oriente) y la vihuela, pulsados por trovadores y juglares. Supuestamente tuvo vigencia durante un par de siglos y, por razones que se ignoran, desaparece.

Vuelve a aparecer en la antigua Grecia, sin mucha trascendencia. En su larga evolución, llegó a su forma actual de la mano del gran lutier español, Antonio Torres, a fines del siglo XIX; desde entonces las modificaciones han sido mínimas o, en todo caso, por el momento no han tomado una presencia relevante entre los constructores, sin desmedro de profusas investigaciones al respecto.

Llega al Río de la Plata allá por el siglo XVI en mano de los españoles, se aquerencia de tal modo que pasa a formar parte de la identidad de ese nuevo pueblo que se forma con los inmigrantes y los aborígenes o autóctonos, en la inevitable integración que se da por el mero hecho de convivir.

Bartolomé Hidalgo, en la gesta emancipadora, combatía también con sus canciones, acompañándose con una guitarra. José Gervasio Artigas, según algunos historiadores, le daba especial atención porque, además, tocaba la guitarra, y en más de una oportunidad reclama a los proveedores que recordaran traer cuerdas para su instrumento. De manera que la guitarra está en nuestros orígenes como nación, en forma inseparable.

Si bien en sus comienzos, se la escuchaba amenizando tertulias palaciegas, pulsada fundamentalmente por manos femeninas, por otro lado, supo ser la compañera permanente del gaucho, quien desarrolla sus aptitudes en el contrapunto a través de las payadas, también en las composiciones que contaban sus andanzas.

Fue base fundamental en la creación y consolidación del tango, ese fenómeno portuario que se dio en ambas márgenes del Río de la Plata. Es la base orquestal de los más relevantes cantautores e intérpretes de la música popular.

Las guitarras que acompañaron a Carlos Gardel, el intérprete más destacado de principios del siglo XX por nuestras tierras, tenían características particulares que fueron generando un comportamiento que se repite a lo largo de la historia y, por cierto, en los cantores contemporáneos del Mago.

La interpretación se desarrollaba con interludios breves (punteos), luego un acompañamiento simple y sobrio, que permitiera al cantor hacer la interpretación del texto, sin nada que distrajera su mensaje, de manera que los adornos que aparecían lo hicieran cuando no estaba la voz del cantor.

Se pulsaban las cuerdas con los dedos pulgar, índice, medio y anular, como la guitarra académica. La púa (elemento de material duro pero flexible, en forma de triángulo, fundamentalmente, que se presiona entre el pulgar y el índice) aparece por primera vez, según los historiadores tangueros, en mano de José María Aguilar, uno de los guitarristas más destacados del grupo de Gardel, nacido en San Ramón, Canelones. El objetivo era lograr mayor volumen, dado que las cuerdas eran de tripas de animal y no tenían la proyección de las actuales.

Cuentan que los guitarristas llevaban una pequeña tijera dentro del estuche del instrumento, con el fi n de ir recortando las rebarbas en que se iba deshilachando la cuerda. Desde entonces, la púa fue una herramienta importante para lograr un mayor volumen y claridad con aquellas cuerdas.

Los cuartetos eran la forma más común de organizarse orquestalmente para acompañar a los cantores. Su formación era: una primera guitarra, que correspondía a quien fuera más experimentado, y llevaba la línea melódica de los interludios y adornos; una segunda guitarra, que llevaba una voz paralela, armonizando por terceras o su inversión; una tercera guitarra, que hacía una octava de la melodía o llevaba la armonía acompañando con los acordes y una cuarta guitarra, que también llevaba el acompañamiento y luego fue sustituida por el guitarrón.

Este instrumento afinaba un intervalo de cuarta descendente, utilizando una segunda cuerda de guitarra como primera y una séptima u octava en la sexta, afinadas ambas en la nota sí; llevaba el ritmo afirmándose en las notas más graves como función de bajo.

Si bien la mayoría de los cantores contaban con este apoyo orquestal, había intérpretes que se acompañaban solo con su guitarra. La calidad artística dependía del manejo o de la formación que tuviera el artista para sacarle provecho. En la década del cincuenta se va afirmando un estilo auténticamente oriental, ya que la mayoría de la música que se interpretaba y se difundía era argentina, debido a un proyecto del gobierno de dicho país, que había emitido una ley que exigía la difusión de los autores nacionales de las distintas provincias; esto se refleja en nuestro país, donde comienzan a proliferar conjuntos que cantan canciones del llamado folclore argentino.

Aparece con relevancia en nuestros medios por aquella época el gran guitarrista, poeta y compositor Osiris Rodríguez Castillos, casi al mismo tiempo, don Aníbal Sampayo y la señora Amalia de la Vega. Obviamente no nacen por generación espontánea, pero como el objetivo de esta nota no es hacer un relevamiento de intérpretes sino dar una idea más o menos global de la historia de la guitarra popular, me limitaré a algunos nombres, ya que por suerte son muchos, y sé que mis colegas se sentirán representados por quienes evocaré.

En la década del sesenta aparecen una enorme cantidad de artistas con criterios muy sólidos sobre un lenguaje auténticamente oriental. Puedo nombrar a algunos como Santiago Chalar y Daniel Viglietti (entre otros), con sólida formación guitarrística, y que se transformaron en referentes. También están Los Olimareños, y con ellos la conformación muy representativa de cantar a dúo, Alfredo Zitarrosa, que junto con Roberto Rodríguez Luna y Amalia de la Vega reafirman la tradición del cuarteto de guitarras como base para acompañar su obra.

Alfredo Zitarrosa, principalmente, genera una proyección universal y se transforma en uno de los intérpretes de música popular más importantes de América Latina. Como acompañantes en toda su carrera se sumaron más o menos unos cincuenta y ocho guitarristas, y todos sonaron exactamente igual, de tal modo que hoy día se escucha el sonido de ese formato y dice la gente: «Las guitarras de Zitarrosa».

A fin de recordar a algunos de quienes trabajaron con él, mencionaré a don Mario Núñez, Hilario Pérez, Ciro Pérez, Julio Cobelli, Eduardo Toto Méndez —todos uruguayos—, Naldo Labrim y Caito Díaz —argentinos—, etc.

Hoy día hay innumerables maestros que siguen profundizando en este instrumento insondable y maravilloso; a quienes nos ha tocado ser parte de este tiempo nos compete la responsabilidad de mantener y enriquecer el oficio.

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(*) Guitarrista, compositor y cantor uruguayo de música popular. Nació en Tacuarembó el 1º de agosto de 1953.

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