Y en el principio érase un ratón

De Rosario da Cunha

Mi tutora de TFM en la Universidad de Málaga, María Villalba, es una persona extraordinaria que cree en mí aún cuando yo no soy capaz de creer en mí misma, ni en mi proyecto. Que disfruta de mis giros camperos y me hace sentir especial. Su pasión son los cómics.

Para mi trabajo me recomendó la novela gráfica Maus de Art Spiegelman.

Era un viernes a última hora de la tarde y fui a la librería a comprarlo. Hojeaba la traducción del escritor argentino César Aira y siento que he entrado en un bucle del tiempo.

Ya no estoy en la librería, aunque mi cuerpo sigue allí y siento en la mano izquierda el peso y el tacto de Maus. Soy una niña otra vez y estoy en el Cerro de la Aldea.

Mi hermana gemela Sylvia y yo empezamos la escuela a mediados de año, éramos idénticas y nos vestían igual, así que nos divertíamos confundiendo a la gente que no sabía nunca cuál de las dos tenía en frente.

En Uruguay las clases comienzan en el mes de marzo y es obligatorio tener seis años cumplidos. Sin embargo, como se trataba de una escuela rural nos permitieron empezar el día 11 de junio que era el día en que cumplíamos seis años.

Ese día, la maestra nos dijo que dibujásemos un ratón.

Mi encuentro con los ratones de campo había sido un día mientras el arado abría el surco para plantar semillas de maíz. Recuerdo el olor dulce y suave de la tierra recién arada.

Camino por el surco con las semillas que voy depositando junto con un poco de fertilizante y me encuentro un nido de ratón de campo.

La reja del arado ha mutilado a uno y los otros intentan escapar. Más tarde iría a leer en la Enciclopedia para saber más sobre estos seres que me producían desasosiego y temor: «son unos animales pequeños, de color marrón con tonalidades rojizas, no pesan más de treinta gramos y poseen una cola larga de unos diez centímetros. Su cabeza es voluminosa, tiene ojos negros prominentes que sobresalen del rostro y que están adaptados a la visión nocturna».

Dibujarlos me hacía recordar ese día y me producía una sensación desagradable. En cambio, a Sylvia le encantaban los ratoncitos, como les llamaba abriendo aún más sus grandes ojos verde oliva salpicados de puntitos marrones. Se le daba muy bien dibujarlos. Así que le pasé mi hoja y ella dibujó los dos. Ya la compensaría otro día dibujando algún caballo, que a mí sí me gustaba y papá me había enseñado a dibujarlo bien.

Cuando se lo mostramos a la maestra ella calificó a mi hermana con un «sobresaliente» y a mí un «precioso», aclaró que el sobresaliente era una nota superior. Allí, en ese preciso instante implantó en nosotras la semilla de la competitividad. Y tuvimos que usar la sinergia para enfrentar los nuevos desafíos, desde ese día trabajaríamos en equipo. Nos adaptamos maravillosamente al sistema educativo.

Escapo del bucle del tiempo y estoy otra vez en la librería con mis pensamientos. Maus en alemán significa ratón. En la novela, Spiegelman representa a las razas humanas como diferentes tipos de animales: a los judíos como ratones, a los alemanes como gatos, a los polacos no judíos como cerdos, a los franceses como ranas, a los suecos como ciervos, a los estadounidenses como perros, y a los británicos como peces.

Y narra la historia real de su padre que era un judío polaco durante la Segunda Guerra Mundial. Que logró sobrevivir a los campos de concentración nazis. Ganó el premio Pulitzer, entre otros por esta novela.

Me voy de la librería con Maus y pienso en lo absurdo de la educación que está basada en la competencia más que en la sinergia, lo absurdo de las guerras, lo absurdo de casi todo.

 

  • Rosario da Cunha

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