Que 200 años no es nada

La enseñanza del artiguismo es un lindo problema para todo docente. Se cruzan en clase las ideas que estudiantes, familias y autoridades tienen sobre el período y el personaje, presionan los “deberes oficiales” y tradicionales que suponen el respeto a la ideología laicista-nacional-uruguayista, y existe un importante grado de polémica historiográfica que dificulta la simplificación muchas veces exigida por los caprichos del calendario. Agrego la sensación predominante entre los alumnos de que es un tema “aburrido”, fruto, quizá, de la “reiteración efeméride” sufrida durante la escolarización. Por todo esto el libro Las Instrucciones del año XIII. Doscientos años después resulta un aporte sustancial para dinamizar e innovar en la enseñanza de la revolución,1 elevar el debate y trascender del uso del pasado tradicional o meramente celebratorio a la reflexión histórica.

Es un libro que invita. Invita por ejemplo a reconocer la presencia de la religión en una revolución ocurrida en una “cultura católica” (como describe Giovanni Levi), y discutir si la “libertad religiosa” fue origen del laicismo o no. Invita a mirar, desde la región, el proceso y las diferentes configuraciones (provincial, oriental, porteña, lusitana, paraguaya, federal, misionera…) que se presentaron, sin caer en historicismos nacionalistas. Invita a comprender la tensión entre militarismo y liberalismo en plena revolución y evaluar el fenómeno del caudillismo y de la participación popular, superando ideas “civilizadas” de cuño euroiluminista. Y lo hace al incorporar las dimensiones atlántica e hispana, más allá de las conocidas referencias a Estados Unidos y a la revolución francesa, reevaluando las relaciones del proceso revolucionario con el ocurrido en España tras la invasión napoleónica y la jura de la Constitución de Cádiz en 1812, así como recuperando las formas previas de hacer y vivir la política, que también eran parte de la cosmovisión de los actores.

Sin pretensiones de exhaustividad, a continuación se presenta una selección comentada (y en orden subjetivo) de aspectos que entiendo relevantes para encarar el trabajo de enseñanza a partir de lo que la obra inspira sobre la nación, la revolución y la región.

Redescubrir el debate. El significado de las Instrucciones de 1813 y su carácter fundacional respecto de la identidad uruguaya encuentra en el libro un contrapunto tan distante como efectivo entre Lincoln Maiztegui y Guillermo Vázquez Franco. El primero defiende la tesis esencialista. Argumenta que el autonomismo y el liberalismo de las Instrucciones son la base del “ser uruguayo” (entidad alejada de la historiografía), pero elude explícitamente el carácter poco federal de la conformación uruguaya. Vázquez Franco, entre tanto, desprestigia a las Instrucciones: “Una improvisación (…) una copia de Estados Unidos con tufillo rousseauniano (…) apenas una anécdota (…) en una sociedad semicivilizada”, y desafía con lógica: nada de uruguayo tuvo Artigas, quien “murió oriental, y por eso, murió argentino”. Valora además que, lejos de ser una formulación brillante, se trató del capricho de un líder tiránico que esbozó el primer ejemplo de porteñofobia, germen de la desmembración regional. Su crítica culmina afirmando que no fueron útiles en absoluto pues “nacieron ya muertas”.

En términos de aula, el docente encuentra en estos trabajos el desarrollo textual y fundamentado de visiones antagónicas. Puede ser movilizador leer a uno u a otro: ¿Artigas “uruguayo”? ¿Artigas “tirano inculto”? Cuando se prosigue en los otros artículos y se bucea entre las debilidades de ambas posturas uno debe ser capaz de cuestionarse sus propios mitos (o antimitos) respecto al período, y allí emergen las historias.

 Presentar puntos de vista diferentes resulta insuficiente, es necesario historizar los acontecimientos sobre los que se polemiza, e historizar también los conceptos utilizados desde distintos presentes para usar el pasado. Caetano y Ribeiro señalan que la reflexión histórica no puede asumir acríticamente los significados que a posteriori se atribuyeron a los procesos. Por eso (enriqueciendo y superando el contrapunto) otra serie de artícu­los da contexto al momento de producción de los documentos y analiza la complejidad semántica de los conceptos históricos.
Representante destacado de la corriente de historia conceptual, Javier Fernández Sebastián (Universidad del País Vasco) sugiere evitar sesgos esencialistas propios de un documento tan cargado de simbolismo, y precisa: fue un tiempo de “revolución conceptual y una nueva sensibilidad trasnacional”. Que existan contradicciones o inexactitudes es propio de un momento de cambio, y no cabe juzgar de forma determinista tal momento, como tampoco atribuir a él una capacidad de (pre) visión clara del futuro. Explica lo mucho que se ha discutido la idea federal de Artigas (si era así, o confederal, o autonomista) y cuánto se acercaba o no a Estados Unidos, pero falta apreciar con rigor el contexto de creación conceptual, pues más allá del texto ¿cuáles eran las similitudes sociales y culturales entre el Río de la Plata a comienzos del xix y los 13 estados de la Unión a fines del xviii que sustentan la comparación?

Otro artículo de la Universidad del País Vasco llama la atención sobre lugares comunes propios de parte de la historiografía, que nublan la mirada: José Portillo sostiene que la tríada iluminista-anglo-francesa ha dominado la interpretación de los procesos revolucionarios atlánticos, perdiendo de vista las cualidades inherentes a las sociedades hispanoamericanas. Llamarles revoluciones “fallidas”, por ejemplo, supone tomar como criterio de evaluación las pautas de aquella tríada y no percibir los verdaderos cambios ocurridos, como la impresionante ruralización de la política y la construcción de nuevas concepciones de ciudadanía y soberanía que se le escapan a la mainstream. Basándose en trabajos de la historiadora Allyson Lucinda Benton sostiene que las Instrucciones son “un muy convincente ejemplo, que demuestra que las posibilidades de imaginar la soberanía ni mucho menos tenían que estar acopladas a la retícula del Estado-nación como objetivo sustituto de la monarquía”.

  Federalismo plebeyo. Para entender las palabras en su tiempo, Inés Cuadro (fhce-Udelar) rastrea el proceso de recuperación histórica de los documentos, sus usos en el tiempo y analiza los significados del concepto “democracia”. Democracia y federalismo fueron en cierta medida sinónimos negativos para sectores dirigentes criollos conservadores que temían una excesiva participación de “los pueblos”, entendidos no sólo como unidades territoriales sino como colectivos de la plebe. Cuadro también acerca evidencia sobre el carácter mixto (hispano, iluminista, cristiano) en la formación del radicalismo oriental, descartando la simple trasposición de “jacobinismo” a la francesa, y observa con cuidado la paradoja posterior: la democracia plebeya y federal artiguista, que fuera germen de la leyenda negra, poca relación tiene con el sistema republicano representativo establecido durante el “culto a Artigas” a comienzos del siglo xx, momento en que se consolidó el disciplinamiento de la plebe.

Si hacemos un link con lo anterior y vinculamos “participación plebeya” y “ruralización de la política”, se entienden mejor las nuevas formas de pensar y hacer política: el federalismo fue una de las maneras de articular ambas situaciones. “Las Instrucciones son, quizá, el ejemplo más elaborado de que dispone el laboratorio político constitucional del Atlántico hispano para mostrar qué podía ocurrir cuando el debate se iniciaba desde otros supuestos. Estos eran los ‘pueblos libres’, es decir, la afirmación radical de que la soberanía residía de hecho y de manera radical, y no sólo esencial, en cada uno de los pueblos que, voluntariamente y no de otro modo, se articulaban en un Estado provincial y otro eventualmente nacional”, afirma Portillo.

Para mayor nitidez, Manuel Chust e Ivana Frasquet (universidades de Catellón y Valencia, respectivamente) advierten sobre los defectos de una interpretación “nacional antes que social”, olvidada del “tsunami revolucionario” que llevó a la “desarticulación colosal del antiguo régimen en América”. Destacan la evolución de diferentes tendencias (no todas vencedoras, como la artiguista) dentro del proceso y que la ruptura con el Estado colonial también tuvo una dimensión económica: “proclamar la república supuso separar al poseedor de sus medios de producción –el rey– y a los súbditos americanos de la condición jurídica que los ligaba a él”.
Adentrados en la región, José Chiaramonte (uba-Conicet) propone superar lugares comunes de la historiografía latinoamericanista: “La construcción de nuevos estados era un asunto aún indefinido y por tanto la naturaleza de las llamadas ‘provincias’ fue también algo abierto a diversas posibilidades”. Afirma su planteo en la noción de “antigua constitución”, explicando que gran parte de las sociedades rioplatenses siguieron guiándose por las pautas que las habían gobernado durante la experiencia colonial, y que los “estudios en derecho natural y derecho canónico tenían un papel central, la mentalidad de esos personajes era portadora de normas de vida social y conducta política coherentes y lo que se desprende del uso habitual del término caudillo”.

En ese contexto, el “carácter soberano de las ciudades y luego de las provincias tuvo expresión en un rasgo central de la política del período, como lo es el tipo de representación”. De allí las tensiones entre Buenos Aires y el resto.
Para Carlos Demasi (fhce-Udelar) la principal cuestión es acercarse a “los Artigas” (el “caudillo bárbaro”, el político liberal, el jefe local y federal, el militar, el prócer construido a posteriori…) que hay detrás de las Instrucciones. Destaca que éstas fueron elaboradas en un contexto de guerra donde las tensiones con Buenos Aires eran un núcleo central de la política emancipadora. Más que una mera copia del federalismo yanqui, Demasi observa un proceso de selección adaptada a la realidad del Río de la Plata: en ninguna parte del constitucionalismo del Norte podían encontrarse referencias a la autonomía por la que se bregaba. Al mismo tiempo, incluye a Artigas entre los líderes civiles de la revolución, por subrayar la lucha contra el despotismo militar.

Con otro zoom geográfico, Charles Esdaile (Universidad de Liverpool) confirma lo anterior. Investigador del proceso de guerra revolucionaria contra la invasión francesa en España, destaca las interrelaciones y contradicciones entre poder militar y lucha por la libertad. El caudillismo fue muchas veces promotor del liberalismo, ya que muchos actores militares cuestionaron la lógica autoritaria del campo bélico. Aporta ejemplos de oficiales españoles (como Vicente Sancho) y criollos que defendieron el liberalismo. Destaca la originalidad temprana de las Instrucciones y su cláusula décimo octava, por “erradicar el despotismo militar”, y subraya: “Encontrar un caudillo de la guerra de independencia española que emitiera normas comparables a la instrucción número 18 –de José Artigas– es imposible”.
Para mejor comprensión, Juan Marchena (Universidad de Sevilla) propone asumir el proceso contradictorio de politización de la sociedad e ideologización de los militares (actores clave en una guerra revolucionaria), y de militarización de la política, sin que eso deba definirse negativamente a priori. Por eso valora a las Instrucciones como “el resultado posible (…) en consonancia con las necesidades de la región (de la cual) emanaron, confeccionadas por un caudillo militar y político que sabía perfectamente cuán difícil era su posición si no conseguía trastocar las reglas de juego en el escenario platense”. Según Marchena, “el dilema de Artigas fue también el dilema de otros caudillos militares regionales (…) de ahí la posición federalista de muchos, no tanto por adoptar modelos externos, sino para evitar polos hegemónicos directamente herederos de la colonia”.

LA REGIÓN. Jerry Cooney (Universidad de Nuevo México, Estados Unidos) se pregunta si el caso paraguayo constituyó otro federalismo. Detalla la compleja relación entre Asunción y Buenos Aires a comienzos de la revolución. Pese a haber declarado Paraguay, en 1811, “que esta provincia no sólo tenga amistad, harmonía (sic) y correspondencia con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias confederadas, sino que también se una con ellas”, a la postre se aisló. “La falta de federalismo de Gaspar Rodríguez de Francia se reflejó en su concentración en las relaciones con Buenos Aires y el poco interés mostrado en los deseos y necesidades de las otras provincias.”

A lo que agrega: “El enfoque moderno y universal de las Instrucciones causa asombro. La Banda Oriental era casi doscientos años más joven como colonia que Paraguay. Sin embargo, las Instrucciones revelan una preocupación por los derechos civiles de la persona que estaban en sintonía con el mundo liberal occidental (…). Esta preocupación era, por cierto, mucho menor en Paraguay”. Ni éste ni la Provincia Oriental resultaron hegemónicos: el primero “experimentaría el largo aislamiento y dominio del ‘Supremo’”, mientras que tras la posterior derrota “las Instrucciones quedaban en solitario, como profesión de fe federalista”. Sin embargo, antes del ocaso –subraya a su turno Chiaramonte–, el artiguismo “logró unir transitoriamente a los pueblos de la otra banda (… ) y constituyó una temprana manifestación de tendencias confederales con suficiente fuerza política y bélica como para convulsionar el escenario rioplatense”.

Relevante en la región fue la presencia del imperio portugués con su sede en Rio de Janeiro. João Pimienta (Universidad de San Pablo) estudia el tema desde “una realidad de politización en las regiones de frontera (…) vista no exclusivamente en términos de contigüidad territorial sino de una articulación entre tiempo y espacio”. Explica esos tiempos desde el territorio brasileño con un doble rasero: “Elementos de agresividad e intervencionismo militar convivían con temores de invasión de Brasil por parte de fuerzas vecinas; así como el desarrollo de ideas peligrosas, eventualmente contrarias no sólo a una esclavitud metafóricamente política, sino también a la esclavitud de hecho, ambas representadas por Brasil”. Términos como “independencia”, “república”, “libertad religiosa” o el reclamo por las Misiones generaron temor y fueron poco difundidos, porque “en su origen, tanto la Provincia Oriental artiguista preocupaba a Brasil, como al contrario”.

Voces sin voz. Mirando la región desde aquí, la doctora Ana Frega (fhce-Udelar) analiza la construcción territorial como formación de ciudadanía en tanto identidad y derechos de diferentes sectores sociales. Comparte la concepción de “sociedad de frontera” (móvil, dinámica) y desarma la visión nacionalista de los “territorios perdidos” por Uruguay. Frega explica la inclusión de las Misiones en la jurisdicción establecida por las Instrucciones como una continuación de las disputas históricas hispano-lusitanas atravesada por nuevos vectores sociales. La participación de los indios misioneros en el proceso revolucionario y la consecuencia que tuvo en Artigas garantir su representación política aparecen como factores más relevantes. Lejos de ser un “Uruguay perdido” (territorio y sociedad que nunca estuvieron bajo jurisdicción montevideana, por ejemplo), aquel rompecabezas socio-cultural-territorial se componía con nuevos significados. Frega llama la atención sobre la dificultad que tiene el historiador para acercarse a la composición social desde otras miradas que no sean las de los agentes principales: “Se cuenta con pocos elementos para aproximarse a cómo ese espacio era construido por otros grupos sociales”.

Balance intermedio. Lo anterior amerita practicar la enseñanza del período revolucionario desarticulando maniqueísmos imprecisos y ahistóricos. Obliga a internarse en la comprensión de cómo el liberalismo y la soberanía fueron asumidos desde la praxis rural hispanoamericana de cambio social en un contexto regional de asimetrías, desde una “sociedad de frontera” y en un momento internacional de crisis de la monarquía española en particular y del absolutismo en general. Impulsa además a cuestionarse visiones tradicionales (positivas y negativas) construidas desde supuestos urbano-civilizado-centralistas, y nos advierte de la distancia y las dificultades para conocer con precisión los sentidos de los otros “vosotros”, que también conducían al “conductor-conducido”.

  1. Coordinado por Gerardo Caetano y Ana Ribeiro y editado por Planeta a fines de 2013. Cuenta con más de 30 ilustraciones de alta calidad alusivas al tema y con 13 articulistas nacionales y otros 11 euroamericanos de relevancia. A lo que se suman cinco ensayos sobre las Instrucciones de los últimos presidentes democráticos. El orden de la obra permite empezar por el tema que a uno más le interese, pero el conjunto si bien no dialoga explícitamente, genera un coro de múltiples tonos muy enriquecedor, cuando no polémico y fermental.

 

 

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