Como un cuento… ABLEFARIA / Por Bettina Silva Carneiro

Probablemente, en alguna de esas cifras arqueológicas de años, las serpientes tuvieron párpados, lo que les permitiría ver con mayor nitidez, aunque quizás no lo supieran. Y solamente quizás, ya que es imposible llegar a acceder a lo que sabe o no una serpiente, como lo es acceder a lo que sabe o no una criatura cualquiera, pensante o no pensante. De igual modo, no parecían esconder ningún secreto, ni serían animales tan misteriosos como hoy creemos.
En algún momento debieron cansarse, aunque tampoco sabría decirse exactamente de qué, ni cómo, ya que no podrían apreciar su situación. Quizás tan solo y simplemente fueron víctimas de una tentación, y por leves instantes abandonaron su arrastrar destino, e invadieron el lugar de los pájaros, pero ante la fascinación de aquellos paisajes, una extraña ambición fue apoderándose de ellas, de modo que para no dejar de ver, ni siquiera por un instante, se arrancaron los párpados para siempre.

Al principio aquella nueva condición parecía otorgarles la ventaja que siempre habían buscado, pero no mucho más tarde, una opacidad lenta e incontenible fue recubriendo sus ojos, y perdiendo el contorno preciso de las cosas. También fueron marchándose uno a uno los colores, pero no todos… las serpientes no viven en la oscuridad como si, los murciélagos.
Desde entonces, atraídas de un modo irresistible por todo objeto que brilla, pequeño o grande, de buena o mala calidad, se desplazan en la ilusión de ver.

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