¡QUÉ LOCURA! – Por Daniel Castro

Las manchas de sangre tardan en salir. Deberá fregarse mucho el clásico uniforme de quienes trabajan en la salúd, para quitar las salpicaduras de la masacre cometida por dos asesinos vestidos de enfermeros.

Y mucha agua deberá pasar por la lavandería antes de saberse la dimensión real de este caso que conmocionó al mundo, y que sembró la peor de las dudas en decenas de deudos que tal vez nunca sepan que sucedió con sus familiares, fallecidos en áreas complejas de instituciones médicas.

He aquí un dato mayor: los homicidas operaban en sectores clave. Le reclamamos a la policía un test psicofísico para que empuñen una pistola, y me pregunto si no es hora de aplicar el mismo criterio para quienes empuñan jeringas en áreas sensibles. A uno de ellos le tocó blandir las dos.

Un sistema sanitario no debería quedar bajo sospecha por unos “locos”. Con similar criterio, no podríamos subir a un ómnibus por el miedo a un conductor suicida, comer en un restaurante por pánico a ser envenenados o acudir a trabajar o a estudiar, temiendo ser baleados. Además, países que ostentan los mayores niveles de control, han sido sacudidos por tragedias históricas. Eso no impide que los controles deban ser sometidos a revisión y mejoras continuas.

Pero sólo una pregunta, acaso la menos original y la más obvia de todas, es la que nadie está en condiciones de responder: de aquí en más ¿qué? Aún si un ministro y su homólogo en el gabinete en las sombras instalaran miles de cámaras en los centros sanitarios y las vigilaran 24 horas al día, no estaría garantizada la ausencia del error médico, o del acto de un desequilibrado. Tampoco una decisión administrativa deroga de la noche a la mañana el multiempleo o la precariedad de algunos salarios de gente sometida a elevadísimos niveles de stress.

Lo deseable sería, entonces, la sinergia buscando soluciones. Evitar que se repitan episodios donde gobierno y oposición empiezan a medir fuerzas tironeando de cadáveres.

Del mismo modo que no se entiende la defensa cerrada a un ministro que se enteró casi al mismo tiempo que el resto de la ciudadanía, tampoco es prudente reclamar la renuncia cuando las investigaciones están en curso. En todo caso, quedará en el funcionario ponderar la conveniencia de dar un paso al costado. También es equivocado precipitarse en las declaraciones. No se puede hablar un día de situaciones inconexas y al siguiente saber de vínculos familiares y hasta de una competencia que se medía en muertos.

Y que las instituciones afectadas no queden en la mera declaración de repudio a los hechos. Que ajusten sus protocolos y humanicen el trato. Me pasó un domingo, que un médico me miró incrédulo cuando le dije que la familiar a la que acompañaba le habían practicado un doble trasplante. Me dijo con la sorna con que se disfraza la ignorancia: “no amigo, eso acá no se hace”. Y cuando lo miré incrédulo, me confesó que en realidad no era que dudara de mí, sino que los domingos “el archivo está cerrado” y no podía confirmar mi afirmación. Moraleja: no se enferme en domingo. Imagino que ustedes también tienen sus historias para contar.

Ante una situación de extrema gravedad, como la que nos ocupa, lo menos sano es un gobierno diciendo que los controles funcionaron, y a una oposición instalando a un ministro casi como cómplice. En todos los partidos políticos hay gente con suficiente capacidad para entender que ante una tragedia, nadie le pregunta la filiación política a los heridos. Se los socorre. El sistema de salud está muy lastimado, y recomponer la confianza vital entre médicos, enfermeros, pacientes y familiares no se resuelve con una venda, la misma que muchas veces tapa los ojos.

Extraído de www.montecarlotv.com.uy

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