GERARDO CAETANO: “Cuando los partidos se sienten invencibles, comienzan a tener peligros»

Gerardo Caetano no precisa presentación. Lo elegimos para que fuera el cierre de año de esta sección de entrevistas, y aceptó gustoso el desafío. – El mes pasado lo habíamos escuchado en un evento organizado por la Asociación de Dirigentes de Marketing, haciendo un análisis bastante pormenorizado del Frente Amplio y sus perspectivas. Conociendo su filiación frenteamplista, que sin embargo no le impide ser  muy crítico con las cosas que ve mal («no está en mi mente la carrera política, entonces puedo decir lo que pienso»), nos planteamos conversar sobre lo que se ha avanzado y cuáles son los grandes desafíos, desde su punto de vista. Con 55 años, investigador y docente en la Universidad de la República, en el Instituto de Ciencia Política, y director académico del CEFIR (Centro de Formación para la Integración Regional), dos hijos, de 27 y 23 años (uno psicólogo y el otro músico), e hincha del «glorioso» Defensor Sporting, equipo al que defendió en su juventud, no cree «en el intelectual en la torre de marfil» y no le hizo asco a ninguno de los temas planteados.

Más allá de tu condición de historiador y politólogo, vos estás bastante identificado con el Frente Amplio; incluso se te llegó a ofrecer la presidencia de la coalición. Nos estamos acercando al final del segundo período de gobierno del FA. En líneas generales, ¿cómo evaluás estos años «progresistas»?

Hay una primera evaluación que uno debe hacer mirando el conjunto, estos casi diez años, y teniendo buena memoria. Nuestro país, en 2004, tenía un 39,9% de pobreza. Si bien las mediciones de 2013 todavía no están, el índice de pobreza va a rondar el 12% o menos. Teníamos un 4,7% de pobreza crítica; al 2012 estábamos en 0,5% y seguramente algo bajó. A partir de 2007 ha descendido el coeficiente de Gini; tenemos las cifras de desempleo más bajas de la historia. Por supuesto que todo esto tiene que ver con diez años de crecimiento económico ininterrumpido, que entre otras cosas revela un contexto internacional favorable en algunos aspectos, pero no favorable en otros.

¿Por ejemplo?

El precio del petróleo, para un país sin petróleo como el Uruguay; la coyuntura de la crisis y sus incertidumbres. O sea que de estos diez años, el FA tiene cosas importantes para mostrar. Creo que el libreto del primer gobierno del FA, que era un poco la reconstrucción nacional después de la crisis del 2002, comenzó a concretarse en ese período y se ha confirmado en este segundo gobierno. Los números son muy fuertes; muy fuertes. Según la última medición del Banco Mundial, Uruguay está incorporado como país de renta alta. Hay un conjunto de desafíos, que tienen que ver con la posibilidad del desarrollo, que exigen nuevos compromisos. El balance lo divido en dos: por un lado, se aprovecharon las oportunidades de estos años de crecimiento en términos de políticas sociales de recuperación. Te reitero: en ese sentido, los números son muy impresionantes. Incluso muchas veces quedamos muy atrapados en el día a día, y desde afuera se ve mejor. Los datos rompen los ojos. El Uruguay tiene el índice de producto per cápita más alto de América Latina; ha superado a Chile. Está entre los países de ingreso alto; tiene niveles de crecimiento económico y de inclusión social elevados y ha comenzado a disminuir los indicadores de desigualdad.

Entonces, ¿por qué a veces la evaluación no es tan positiva?

Lo que ocurre es que ahora hay más exigencias. Eso es fruto del éxito; y para esas exigencias, yo he establecido una convicción: más de lo mismo no alcanza. Hay que innovar. Eso tiene que ver con algunas tareas ante las que el FA necesita innovar.

¿Cuáles serían?

Por ejemplo, en el 2005 se hablaba del país productivo. El país productivo despegó. Hay una revolución en el sector agropecuario inédita en la historia del Uruguay. Pero la infraestructura que el país necesitaba todavía está lejísimos; hay un desbalance gigantesco. El país ha aprovechado el contexto favorable a las commodities, pero además ha incorporado ciencia y tecnología a los procesos productivos. En el sector agropecuario eso es muy claro. No es solamente el arroz y el sector lácteo, que eran las revoluciones uruguayas. También eso ha venido de la mano de la inversión extranjera directa. La revolución en la soja, en la ganadería intensiva, forestal.

Ahí surge a veces una polémica, porque están quienes sostienen que todavía seguimos con la primarización de la economía, y por el otro lado se afirma que, si bien se sigue trabajando mucho con commodities, en los mismos hay mucho valor agregado.

La discusión cambió. Cuando se debate sobre la primarización de las exportaciones, la clave no es solo la industrialización -aunque la industria es muy importante- sino cómo se incorpora ciencia y tecnología de primer nivel en el proceso productivo. Tengo una imagen muy positiva de lo que se ha hecho y se está haciendo a nivel del Ministerio de Industria, Energía y Minería. Particularmente de lo que se hace en la Dirección Nacional de Industria. La visión de su director, Sebastián Torres, es bien amplia. ¿Por qué? Porque hoy, pensar en agregación de valor, no es solo pensar en industria. Es pensar en incorporación de ciencia y tecnología en sectores productivos.

La revolución sojera, de la mano de los argentinos, es impresionante.

Y ahí hay agregación de valor. La ganadería intensiva, con su hotelería, unida a la trazabilidad, con cuotas de venta de carne sin arancel para Europa; todo esto revela otro mundo. Entonces, la discusión sobre la primarización, hay que darla en otro contexto. Creo sí que el país debe diversificar su matriz productiva y exportadora. Ello no solamente pasa por crear chimeneas. El Presidente me parece que eso lo tiene claro. Hoy tenemos un contexto donde la incorporación de ciencia y tecnología es clave. Por supuesto que el país tiene que apuntar a la agregación de valor; es clave. Las relaciones de intercambio, entre materias primas y productos manufacturados, han cambiado.

Eso implica que hay tareas que el país tiene por delante. La transformación educativa es clave para lo que quieras. Para consolidar la inclusión social, un mercado laboral vinculado con un mercado productivo mucho más tecnificado, para el desarrollo, para el futuro, es calve para todo. La diversificación de la matriz exportadora y productiva es clave para un país que se asiente con mayor autonomía de lo que suceda en el contexto internacional. La confirmación de políticas científico tecnológicas muy vinculadas con un gran salto productivo también es absolutamente clave. Creo que las políticas sociales han llegado a un momento en donde deben cambiar, deben innovar.

¿Cómo es eso?

Hoy el desafío tal vez sea atender las vulnerabilidades. El MIDES ha creado el indicador de vulnerabilidad. Hay gente que ha salido de la pobreza pero que puede recaer en ella; y la recaída es peor, porque cuesta más volver a salir. Este sector vulnerable, no aprovecha las condiciones de crecimiento económico; menos aún vinculado con la dinámica de los nuevos paradigmas tecno-económicos. Fijate qué contradicción: la educación ha sido el gran instrumento de integración social en Uruguay; hoy es el gran instrumento de desintegración social. Si no logras transformar la educación, por más que hagas políticas sociales virtuosas, va a llegar un momento en que los problemas de la educación van a generar reproducción de pobreza y marginalidad.

¿Notás que se avanza en ese camino de transformación de la educación, o estamos empantanados?

Creo que en términos generales estamos estancados; lo cual no quiere decir que no haya habido avances.

Explicalo, por favor.

Creo que hay avances. Hay algunos indicadores que han mejorado, pero lo han hecho muchísimo menos de lo requerido. Entre otras cosas porque hoy estamos en una sociedad de la información, donde las transformaciones educativas son vertiginosas.

Los demás países de América parecería que estuvieran yendo más rápido que nosotros.

Por supuesto. Uruguay sigue compitiendo en América Latina, pero porque vive de las joyas de la corona. Pero la peor medición de Uruguay es cuando lo hace consigo mismo. Los informes PISA, que son un indicador entre otros, muestran que la última medición fue la peor. Acá insisto mucho: no veo posibilidades de una transformación educativa como la que el país requiere sin un blindaje político; sin un respaldo multipartidario y sin un gran acuerdo nacional.

¿Lo ves posible?

Lo veo absolutamente posible. Discrepo con aquellos que dicen que no hay plan. Tú reúnes a las redes de técnicos vinculados con todos los partidos y, en un 90%, se ponen de acuerdo rápidamente en lo que hay que hacer. Por ejemplo en un plan a diez años, más allá de los gobiernos.

Entonces ¿el quid de la cuestión sigue siendo el gobierno de la educación?

Ahí tenemos un problema.

En ese tema, ¿el Frente no está siendo un poco rehén de discursos históricos?

El Frente es rehén de divisiones internas respecto al tema educativo que han evitado que como tal haya podido definir un acuerdo programático profundo en materia educativa hace 25 años. Hace 25 años que el FA no hace un acuerdo programático profundo en materia educativa. Entonces voy a lo siguiente: la reforma educativa es clave para lo que quieras; en cualquier perspectiva. Es la primera de las reformas. No la puede hacer un partido solo. Juan Martín Posadas ha dicho algo que me parece muy certero (y lo dice como blanco): hay algunas reformas que nos hemos dado cuenta que el país no puede hacerlas sin el Frente Amplio y sobre todo, contra el Frente Amplio.

Este es un descubrimiento que le costó mucho hacer a los partidos tradicionales. Pero, agrega Juan Martín Posadas, que el FA debe asumir que hay reformas que no las puede hacer él solo. Yo creo que la reforma educativa es un ejemplo claro de eso. No es la única, pero tal vez sea la más importante. Tenemos plan posible; hay antagonismos negociables. Tenemos un plantel de técnicos de primer nivel, provenientes de todos los partidos políticos, como nunca antes tuvo el país. Y, por lo menos en el discurso, hay voluntad política de los actores de arribar a un acuerdo. Entonces, yo me pregunto ¿por qué no se concreta, por qué no se consolida?

¿Por qué?

Porque hace falta coraje. ¿En qué sentido? Sustraer del debate político partidario el tema educativo por diez años; generar una inversión muy fuerte en esa área, pero con contrapartidas muy claras y con rendición de cuentas a la sociedad. El núcleo de la transformación debe ser el alumno. Y si eso choca con corporaciones, hay que tener claro que el que prima es el alumno.

Parecería que nadie quiere chocar.

Si el país sigue permitiéndose, como lo hizo este año, que los alumnos, que son los hijos de los trabajadores y los hijos de los pobres, que están básicamente en el sistema público, tengan 30 días menos de clases que los hijos de los sectores más favorecidos, que están en el sector privado, obviamente no va a haber transformación, ni en calidad ni en equidad. Si nos resignamos a que el incremento de la cobertura, de la inclusión, se debe hacer a costo de la calidad -lo cual es una estafa en una sociedad donde la educación es tan decisiva-, vamos a perder. Pero además, las mediciones son muy claras. La diferencia no está entre la educación privada y la pública; está en los quintiles que refieren a la extracción socio-económica. Los quintiles altos están derivando a la educación privada.

Y no a toda la educación privada.

Exacto; a cierta educación privada. De verdad, acá hay que ser muy rebelde. Hay que tener una rebeldía social muy grande. Si la izquierda tiene un sentimiento de rebeldía frente a la injusticia social, la primera rebeldía que debería sentir tiene que ver con el sistema educativo.

¿Quién es capaz de llevar adelante esa rebeldía? ¿Hay alguien capaz?

Sí, claro. Pero yo no creo en los liderazgos mesiánicos. No creo que sea una persona o un conjunto de personas que van al martirio. No. Tiene que haber voluntad política; por eso me parece muy importante blindar políticamente esta transformación. Luchar contra las corporaciones siempre genera problemas. Fijate una cosa: tenemos un sindicato de docentes de la educación pública secundaria, con 3.000 trabajadores afiliados, en un total de 8.000 docentes. En asambleas de 200 resuelven movilizaciones diversas. Entonces, somos rehenes de corporaciones o de peleas de capilla que de alguna manera expresan muy poco. El último paro del sistema educativo público es inadmisible.

La Federación Nacional de Profesores les quita un día de enseñanza a los hijos de los trabajadores y de los pobres, que están en el sistema público, en protesta contra un fallo de la justicia, porque un docente está involucrado en un hecho. Eso es inadmisible. Yo, por definición, nunca voy a ir contra los sindicatos; pero los sindicatos tienen que incorporar, como siempre lo ha hecho el movimiento sindical uruguayo, el concepto de bien público. Otro ejemplo: no puede ser que la Federación de Funcionarios de Salud Pública, al iniciar un conflicto con muy poco horizonte y que además culminó sin ningún logro, ocupe el Vilardebó. ¡No puede ser! Ese es el sector más sensible, donde están los pobres. ¡No puede ser! No es admisible. No puede ser que los hijos de los trabajadores y los hijos de los pobres, los que están peor y necesitan más educación, sean los que tienen menos educación. No es admisible que un mismo docente, y no por motivos salariales, porque a veces cobra menos en el sector privado, falte en el público y no lo haga en el privado. Entonces, hay que tener rebeldía. Además, si todo el sistema político se pone de acuerdo, no lo puedo imaginar siendo rehén de corporaciones, que incluso son mal vistas dentro del propio movimiento sindical.

Da la sensación que han aflorado contradicciones fuertes dentro de la propia izquierda.

Pero muchas veces vemos que los sindicatos «ultras» son de la izquierda no frenteamplista, que en las elecciones no reúne la voluntad de ni siquiera el 1% de la población. Estamos en sociedades muy fragmentadas, donde los que están peor no están organizados. Recuerdo siempre a un dirigente sindical de la magnitud de Héctor Rodríguez, que hablaba de la necesidad de pueblo organizado.

Pues bien, hoy tenemos una sociedad fragmentada, pulverizada, donde los que están peor no están organizados. Su voz no llega a los medios de comunicación o a los espacios de decisión. Si tenemos gobiernos que solamente atienden a quienes tienen capacidad de organización y pueden proyectarse en términos de vetos a políticas públicas necesarias para los más débiles, estamos equivocando el camino. Sobre todo un gobierno que tiene como norte la inclusión y la transformación. Hay que tener convicciones firmes y jugarse por ellas. No digo que debamos hacer políticas de Estado en todos los temas; pero en algunos sí. Y sigo insistiendo: en educación y ciencia y tecnología debe haberlas.

También, aunque es más difícil, en energía y medio ambiente. Una revolución es que en 2015 vamos a tener la mitad de nuestra matriz energética en energía renovable. Eso es una verdadera revolución. Te reitero: destaco el trabajo en el Ministerio de Industria, Energía y Minería; tanto a través de su ministro, Kreimerman, que tal vez no sea muy estridente pero es de una solidez impresionante, como de los diferentes directores. Ahí se trazan lineamientos estratégicos. Se está trabajando muy bien, pero, ¿se lo apoya como es necesario? Creo que no. Tendría que tener mucho más respaldo del que ha tenido.

Al comienzo hacías referencia a que, en función de los buenos resultados obtenidos, la gente pide más. Días atrás, en un diálogo entre Enrique Iglesias y el ex presidente chileno Ricardo Lagos, este último hacía referencia al «mínimo civilizatorio» que define Bobbio, y sostenía que para que una democracia sea real todos debemos ser iguales por lo menos en una cosa. ¿Cuáles serían esos «mínimos civilizatorios» que hoy exigen los uruguayos?

Ese es un gran tema. La lucha por las libertades y la igualdad, que cada vez las veo más articuladas, no pueden contraponerse más. Obviamente que es una lucha eterna, para siempre. Y que además cambia. Por eso está bien repensar esto en términos de cambio civilizatorio. Por ejemplo, cuando les preguntás a los uruguayos cuál es la principal víctima social de la sociedad, la gran mayoría te dice que son los viejos.

Y no lo son.

No son los viejos; todas las mediciones te indican que son los niños y adolescentes, y en particular las niñas y adolescentes mujeres. Entonces hay que pensar en nuevas igualdades. Hoy hay niños uruguayos que empiezan a perder ya en el vientre de la madre. Una madre que come mal ya le está trasmitiendo a su hijo bloqueos cognitivos y emocionales; empieza a perder, a reproducir pobreza. Ahí hay derechos por los que pelear. Creo también que son muy decisivos los nuevos derechos. La agenda de nuevos derechos es muy relevante.

Por ejemplo, el matrimonio igualitario, que algunos han planteado como una cosa pequeñoburguesa, no lo es; es muy relevante. La demanda de igualdades es también la demanda de igualdad de género. Tenemos que establecer un Estado que antes que nada sea garante. ¿Garante de qué? De derechos; de que todos los ciudadanos conozcan sus derechos y los ejerzan. El Estado debe pelear contra los guetos, y hoy los tenemos.

Creo que esa es la palabra: da la sensación que la sociedad uruguaya se ha «guetizado».

Es un fenómeno mundial.

Nos acercamos al desarrollo con todas sus ventajas y desventajas.

Y desventajas. Ahí tenemos que reivindicar nuestras calidades de vida, aprovechando algo muy importante: nuestra escala. Hacer cosas en el Uruguay de 3.300.000 habitantes es mucho más sencillo que hacerlas en Brasil, por ejemplo. Por eso Uruguay siempre fue, desde el siglo XIX, un laboratorio de experimentación.

Hablando de eso, ¿hay que experimentar con la marihuana?

Hay que experimentar con todo. No en el sentido de probarla; por lo menos, en lo que me es personal, nunca la he probado ni tengo interés en hacerlo, y mi postura ante la ley te diría que es compleja: no estoy tan convencido. Pero no tengo duda alguna que estamos perdiendo la lucha contra el narcotráfico y hay que innovar con políticas novedosas, porque si perdemos esa lucha, perdemos la lucha por la igualdad y la seguridad. El Uruguay experimentó en todo; hizo experimentos increíbles. Con el consumo de alcohol, con la reglamentación de la prostitución, con el calendario, con reformas sociales y morales; el batllismo fue un gran espacio de experimentación y de reformismo social.

Pero ya en el siglo XIX hubo experimentación. Batlle y Ordóñez planteó en 1891 un proyecto de ley para la «ciudadanía obligatoria» de los inmigrantes. Imaginate lo que significa eso 120 años después. No es que puedan ser ciudadanos; tienen que ser. Debemos acostumbrarnos además a que la legislación contemporánea es para pocos años, porque las transformaciones son tan grandes que las leyes quedan obsoletas al poco tiempo.

A veces tenemos la fantasía de querer definir absolutamente todo en una ley, con puntos y comas.

Eso generalmente es un atajo para una mala ley. Por supuesto que hay que tener calidad legislativa. Hay que preservar -esto es algo que generalmente la izquierda banaliza y no debe hacerlo- la institucionalidad. No hay que privilegiar los fines con desprolijidades institucionales. Hay que mejorar muchísimo la calidad legislativa. La ley siempre ha sido un instrumento para garantizar derechos. Ese viejo sentido republicano el Uruguay lo debe conservar.

Insistís mucho cuando hablás en el tema de la innovación, de reinventarse. Trasladado eso a la fuerza política Frente Amplio, ¿percibís que se esté produciendo innovación en ella, que se esté reinventando para los nuevos desafíos que planteás?

No lo estoy viendo a la altura de las exigencias. Creo que el FA, durante mucho tiempo, tuvo grandes problemas de conducción e incluso la relación FA – gobierno del FA, no terminó de resolverse y genera problemas. Veo sí que Mónica Xavier, con su equipo, ha liderado una intención de cambio, que necesita más tiempo. Pero eso que se ve a nivel de la presidencia del FA, todavía no lo veo a nivel de los sectores. Tampoco lo veo a nivel del estatuto, de cómo el FA se regula. Presumo que este modelo organizativo no se corresponde con los tiempos en que estamos.

¿En qué sentido ves eso?

Sé que esto genera mucha polémica. Lo siento. Como vos sabés, yo no me voy a dedicar a la política partidaria…

Así que podés decir lo que pensás.

Puedo decir, simplemente, lo que me representa a mí y lo que pienso. No parece razonable que el FA le transfiera a su congreso, donde todos sabemos que están sobrerrepresentados algunos sectores, que entran con representación como sectores y también como frenteamplistas de base, pero que en realidad son sectorizados, cuando ya ha tenido en dos ocasiones al apoyo de un millón de ciudadanos; que le transfiera a un congreso que no representa a más de 10.000 ó 15.000 militantes, decisiones tan relevantes como, por ejemplo, decidir candidato o pre candidatos presidenciales, o definir el programa de gobierno. No parece sensato.

No parece sensato, tampoco, una mesa política con tantos integrantes. No hay 28 izquierdas. Ni en el Uruguay ni en el mundo. Esos equilibrios del Plenario, que en otros momentos fueron muy importantes, hoy hacen que al FA le sea muy difícil acompañar una gestión de gobierno. Esto genera problemas. Y en ocasiones ves que el congreso toma decisiones que van en contra de lo que la mayoría de los frenteamplistas quiere. Es muy difícil que en el corto plazo se produzca una reformulación de la organización del FA. Creo que la organización del FA está pensada para un partido que les transfería mucho poder a los militantes y estaba pensada para una lógica de resistencia, de oposición. No es la organización de un partido de coalición del siglo XXI.

El FA ¿debería adaptarse a la Constitución y poner a funcionar la Convención?

El FA tiene una lógica interna que siempre fue compleja, desde su origen. Tuvo esa lógica «movimientista», que le ha dado peso y es importante, pero hay que admitir una cosa: luego de 42 años, los comités de base no actúan como lo hacían en 1971. Los jóvenes tienen otra manera de concebir la política. Me enojo mucho cuando me dicen que a los jóvenes de hoy no les interesa la política; eso es falso. Claro que les interesa, pero de manera muy distinta a la de los militantes de 1971. Y el FA está teniendo problemas para la incorporación de los jóvenes. No es hospitalario para los jóvenes. El FA tiene que mantener esa dinámica de participación; incluso tiene que pensar en nuevos modelos de participación, pero no debe temerle a la representación.

Respecto a esas nuevas formas de participación que reclamás, un ejemplo de cómo se las ve fue la desconfianza que generó en la estructura la irrupción de la «redes frenteamplistas» en el proceso electoral de 2009.

En la elección de 2009 los dos hechos más innovadores y más impactantes de la campaña frenteamplista vinieron de la redes. Y se hicieron contra la orgánica. El «ramblazo», que fue una iniciativa que de inmediato fue contestada por la orgánica diciendo que «podía ser una provocación». Y allí estuvo el olfato de Mujica, que dijo «acá no me puedo quedar afuera», no solamente de un hecho político, sino de un hecho simbólico. Y fue. Después estuvo esa cosa tan impresionante en términos simbólicos, que son tan importantes en la política contemporánea y tan importante para el FA, que fue el «banderazo».

¿De dónde salió la iniciativa de la bandera?, que fue el hecho cultural más importante de la campaña, que hace referencia a uno de los patrimonios y capitales más grandes que tiene el FA, que es el haberse consolidado como una tradición política, a la que no la unen solamente las ideas, sino también vivencias compartidas -algunas trágicas-, tradiciones, filiaciones simbólicas. Bueno, fueron las redes. ¿Dónde se da la discusión más franca respecto a temas que los dirigentes callan o discuten en privado?

Muchas veces, en las redes. Nadie está planteando «todo el poder a las redes», porque la tecnosociabilidad tiene el desafío de cómo construirse un demos. Pero obviamente, un partido moderno, no solo en términos de comunicación, sino también de participación, debe incorporar a las redes. Por otra parte, las redes frenteamplistas han mostrado capacidad de autorregulación. Con la gran tentación de jugarse por un candidato, no lo han hecho. Como plataforma, perderían legitimidad. Lo que digo entonces es que el FA tiene una estructura organizativa arcaica, que no se corresponde con la realidad política contemporánea. No se trata de que pierda esa dinámica representación – participación, sino de hacerlo en clave innovadora.

El FA no le tiene que tener miedo a la Constitución. No le haría mal tener una convención; registrar y aprobar la legitimidad primera de una democracia, que es la del soberano. No puede ser que un sector que tiene un caudal ciudadano que le da una legitimidad enorme, luego, en la orgánica frenteamplista, poco menos que esté de rehén de los representantes de un casquete militante que cada vez es más reducido y más viejo, y cada vez representa menos al conjunto de la sociedad. Ahí el FA tiene una tarea muy importante.

¿La va a hacer?

En el corto plazo no lo va a hacer. Es uno de los problemas que tiene. Es muy difícil para un partido renovarse desde el gobierno. La historia demuestra que cuando los partidos de gobierno comienzan a alejarse de los gobiernos de su partido, a la larga o a la corta, hay problemas.

El FA, ¿no corre el mismo riesgo del Partido Colorado, que durante mucho tiempo tuvo en sus manos el resorte del Estado y de repente puf?

Por supuesto que sí. Veo, por ejemplo, algunos espacios de peronización, muy raros en Uruguay y muy raros en la izquierda uruguaya, todavía muy marginales, pero que se están dando. Son señales de alerta.

¿Dónde los ves?

En alguna representación social en áreas de poder, he visto lógicas de peronización. Todos sabemos que en ASSE las hubo. Que luego, una nueva conducción, mucho más ciudadana, más firme, las contrarrestó. El movimiento sindical ha incorporado en su agenda de debate este problema. Siempre tuvo una autonomía muy sana respecto al Estado. Una cosa es que delegados sociales tengan participación en la conducción, pero otra cosa es que tengan espacios de poder y los usen en términos clientelares y discrecionales, como lo hemos visto y como ya sabemos que termina.

Cuando los partidos se acostumbran también a que el ejercicio del gobierno es la continuidad en cargos públicos, eso lleva al clientelismo más o menos encubierto; a pensar en que entre un buen técnico y un compañero, siempre se elige al compañero. Cuando los partidos se sienten invencibles, y creen que nada de lo que ocurra podrá sacarlos del ejercicio del gobierno; cuando se acostumbran demasiado al poder, comienzan a tener peligros. Uno de los peligros es no renovarse. Yo lo he dicho de manera muy gráfica: el FA tuvo el liderazgo de Seregni -fundacional, clave, absolutamente emblemático- y luego tuvo tres figuras absolutamente claves para entender cómo salta en veinte años de un 22% a un 50%.

Esas tres figuras: el ex presidente Tabaré Vázquez, el actual presidente José Mujica y el actual vicepresidente Danilo Astori, tienen una edad en la que la biología -como le gusta decir a Vázquez- está diciendo que es la última campaña. Ojalá vivan 100 años, pero a los 75 años, a los 80 años, llegó la etapa del reposo del guerrero. No es bueno que los partidos tengan un liderazgo tan fuerte con tanta edad.

Los «jóvenes» del FA rondan los 60 años.

Es impresionante; la renovación la encarnan personas de alrededor de 60 años. Acá hay un problema. Pero incluso, si hoy no estuvieran estas tres figuras -Tabaré, Mujica y Astori- el FA estaba en problemas. Como va a estar en problemas si llega a 2019 sin haber afirmado una renovación política y generacional muy marcada desde ahora.

¿Qué edad tenés?

55 años.

Entonces de aquí a unos diez años podés ingresar a la política.

Ja ja ja

De UyPress (27.12.2013) – Entrevista de Daniel Feldman

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