Aquellos tiempos… COSAS DEL FUTBOL NORTEÑO

La rivalidad entre Tacuarembó y Rivera. Además un poema de Walter Ortiz y Ayala.

Se cumplía en la ciudad de Rivera el último encuentro por el Campeonato del Norte del año 1956 entre el representativo local y el seleccionado de Tacuarembó. Ya se habían realizado varios encuentros entre estos mismos rivales y el combinado isabelino, que también participaba en el evento.

En esas confrontaciones, la tradicional rivalidad entre norteños y tacuaremboenses ya había provocado algunos rozamientos, sin mayor entidad. Tacuarembó ocupaba una colocación de privilegio en el torneo merced a las individualidades que componían su elenco.

En él formaban valores como: Davoine, Prado, el paraguayo Franco, Gorni y otros. Esa última jornada, que como hemos dicho, se realizaba en Rivera, se cumplía en horas de la noche. Desde la llegada de la delegación tacuaremboense se empezó a agitar el ambiente en la frontera. Al paso de los jugadores de Tacuarembó por las calles de la ciudad norteña, algunos fanáticos torcedores del representativo local les lanzaban puyas y amenazas de todo calibre. Con esto pretendían torcer el resultado del match a favor de los locales, manteniendo un clima de hostilidad mediante la violencia verbal, con expresiones de toda índole.

La OFI, en conocimiento de esa situación, tomó medidas a fin de rodear al encuentro de las máximas garantías. Había designado veedores y una terna de jueces de indudable solvencia moral y técnica, encabezada por el conocido pito internacional Pablo Víctor Vaga.

Llegó la hora del partido. El estado riverense, estaba como se dice vulgarmente, de bote a bote. Con una gritería ensordecedora, aplausos y cohetes fue recibido el elenco local. Muy otro fue el recibimiento que se le dispensó al conjunto visitante, y a la terna de jueces cuando penetraron al campo. Silbidos, gritos y alguna que otra botella anticipó de lo que habría de suceder más tarde, fue el agasajo que se les brindó. Desde ese momento ya se podía adelantar cual iba a ser el clima del encuentro.

Y comenzó la agria porfía. Las cosas fueron rodando más o menos aceptablemente hasta el instante en que el paraguayo Franco convirtió el tanto que habría de ser el del triunfo para Tacuarembó. Desde allí hasta la finalización, el desarrollo y la atmósfera del partido fue una cosa inaudita. Piedras, botellas, gritos hostiles, furibundas amenazas, etc. fueron lanzados, especialmente contra el señor Vaga, que dirigía el encuentro con toda corrección.

Por fin terminó aquella accidentada confrontación deportiva y todos suponían que también se iba a poner término a aquella tensa situación con la aceptación de la derrota por parte de Rivera y las cosas en su debido lugar.

Pero no fue así. La torcida riverense, más bien dicho, un sector de ella, se había apostado junto a la puerta de salida del campo en espera de que pasaran los muchachos del equipo triunfador y los jueces para recibirlos bajo una pedrea infernal. Los jugadores  tacuaremboenses tuvieron que replegarse al centro de la cancha. Esa misma actitud asumieron los jueces.

Los que fuimos testigos de ese desgraciado hecho, pues estábamos ubicados entre aquel grupo de hinchas recalcitrantes y belicosos, pudimos ver y oír cosas realmente increíbles. Los furiosos torcedores, que en realidad formaban un reducido núcleo, desplegaban una actividad y una vehemencia inusitadas, lanzando toda clase de objetos a la cancha donde se encontraban los jugadores y suplentes de Tacuarembó y los tres jueces.

Aquel grupo de jugadores y árbitros, que como un bastión sitiado, soportaba las andanadas de proyectiles de todo género, que aquellos feroces hinchas les lanzaban, se mantuvo, por un prolongado lapso de tiempo, reunido en el centro del field atentos a las piedras y botellas, que como lluvia, caían sobre ellos obligándolos a realizar saltos y cuerpeadas para evitar ser alcanzados.

En el sector de los sitiadores habían dos grupos perfectamente caracterizados: los arrojadores y los alcanzadores. Los primeros eran los encargados de arrojar los proyectiles y los segundos los que arrimaban el material arrojadizo.

Cada botella o piedra eran lanzadas con una gran violencia y acompañada de una exclamación agraviante para las huestes sitiadas, las que se mantenían serenas, pero vigilante en espera de que aquel terrible aluvión cesara. Para demostrar el ánimo que reinaba en el sector de aquellos tremebundos torcedores, basta señalar, como una demostración de inequívoca firmeza, la expresión del que parecía ser el estratega de la operación, quien con voz estentórea, vociferó:

– ¡Estos cosos van a salir de aquí cuando se nos terminen todas las piedras y botellas en toda Rivera  Santana!

Luego de un tenaz, prolongado y amargo asedio y gracias a que el cansancio melló las energías de las ya raleadas fuerzas atacantes, el grupo de jugadores y jueces pudo retirarse de la cancha no sin antes cerciorarse bien de que los exaltados hinchas habían depuesto definitivamente su belicosa actitud.

Señalamos este hecho para demostrar como se las gastaban ciertos hinchas de aquella localidad fronteriza cada vez que tenían que enfrentar algún compromiso deportivo en su propio reducto.

Aquel suceso, si bien fue censurable, no sirvió para provocar una fisura en las siempre cordiales relaciones de ambos pueblos hermanos.

Lo destacamos como un acontecimiento desusado en nuestro ambiente, pero que demuestra una verdad incontrovertible: la vieja rivalidad existente entre esas dos entidades que a través de los largos años de enfrentamientos, se ha mantenido latente, pero que nunca ha significado una amenaza de ruptura de la amistad indisoluble y sin reticencias que siempre ha unido a los pueblos de Rivera y Tacuarembó.

  • De Voces de mi terruño (José A. López Cabas) – Editorial Epsilson Ltda. / 1982

 

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PLAZA DE PUEBLO (*)

Hoy te reencuentro, plaza bulliciosa,

en tus viejas palmeras, en tus bancos

para el amor y los cabellos blancos,

… en los ecos que dejan tus baldosas.

 

Plaza que un día fuiste a la memoria

sólo un corro infantil, una algazara,

un corazón oscuro, sin historia.

Una paz, una flor, la fuente clara.

 

Y me gustas así y así te quiero,

bajo esta luz de otoño pueblerina,

con tus perros, tus niños y el lucero.

 

Confidencial amiga del que canta,

el viejo atardecer que te acarmina

hoy me pone tu elogio en la garganta.

 

– De Walter Ortiz y Ayala

(*) Publicado en “El Trotacalles” (1964)

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*Imagen destacada: Foto antigua de Plaza 19 de Abril (Ciudad de Tacuarembó)

 

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