Tomás… / Por Washington Benavides

“Escribo con una congoja que debe ser la de muchos: acaba de fallecer Tomás de Mattos Hernández. Para el tacuaremboense común, murió «Tomasito», este Tomasito que se fue gestando, paso, a paso, como uno de los mayores creadores de relatos y novelas, de este, nuestro país, tan pródigo en grandes artistas y de grandes olvidos también. Repasar la labor incesante de Tomás, desde sus primeras publicaciones, estudiante todavía, a pedido de Ángel Rama, quien en breve misiva, nos dice «Quiero más trabajos de ese muchacho De Mattos, vamos a publicarlo en la Antología Cien años de raros, en Arca”.

Y ahí comenzó a publicar: «Libros y perros» en Banda Oriental (1975), «Trampas de barro» (1983) donde fulgen como obras maestras, relatos como «Mujer de Batovì, la epónima «Trampas de Barro» que figurarán luego en las mejores antologías del cuento uruguayo. Prosigue con la publicación de «La gran sequía» (1984) donde reúne sus primeros cuentos, y en 1988, la revelación magnífica de «Bernabé, Bernabé», novela histórica sobre Bernabé Rivera y la extinción de los charrúas, con un estilo acompasado y perfecto, como digno alumno de Flaubert. Novela histórica que impuso a Tomás y provocó, como toda obra superior un combate entre tirios y troyanos, porque el tema era verdaderamente urticante.

Vendrá luego una inusual glosa de la novela de Melville «Benito Cereno», «La fragata de las Máscaras» (1996); en 1998 publica «A la sombra del Paraíso» donde recrea personajes del ambiente norteño, pero con la sabiduría clásica de su prosa. Se suceden luego «Ni Dios lo permita» (2001);»Cielo de Bagdad» (2001).

Todavía los ciclos históricos le siguieron atrayendo, en novelas sobre José Pedro Varela, de quien fija un retrato que revela muchas cosas que no sabíamos del personaje visto siempre como un gran pedagogo solamente. Nos envió para que los leyéramos «9 cuentos» que, probablemente fuera una nueva publicación de Tomás, volviendo a los relatos.

Estaba fijo en Tacuarembó, con una salud precarìsima, pero siempre atento a su país y a su destino. La congoja me domina. Perdónenme si mi prosa tambalea. Quiero a Tomás como un hijo, y eso siempre fue entre nosotros una consigna. Me duele pensar en América y su hijo el Dr. Ignacio. Este faltante no es una dolorosa ausencia màs, es la pérdida de algo tan valioso que no puede valorarse en un obituario màs. Tomás, Dios está contigo. Estarás, quien puede dudarlo: a la diestra del Señor.”

(Publicado en Facebook)

Tomás de Mattos Hernández, falleció en la ciudad de Tacuarembó, el día 21 de marzo de 2016 había nacido el 14 de octubre de 1947 en la ciudad de Montevideo.

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Un recuerdo de Tomás de Mattos / Por Jorge Majfud (*)

En 1996, el nunca suficientemente reconocido escritor y editor de Graffiti, Horacio Verzi, vuelto de su exilio, le envió a Tomás mi primera novela Hacia qué patrias del silencio (Memorias de un desaparecido). Tomás la presentó en un salón del Club Democrático de Tacuarembó. No sé si en algún lado hay fotos de esos momentos. Tampoco guardo ejemplares de diarios o revistas. Allá por 1999 una amiga de Montevideo me pidió una breve colección de diarios donde habían publicado alguno de mis cuentos, entrevistas y artículos y la señora encargada de la limpieza los tiró a la basura pensando que eran diarios viejos.

Desde entonces aprendí la sabia lección de aquella mujer y no malgasto mi tiempo coleccionando esas cosas. Volví unas pocas veces más a la famosa casona de Tomás, en la calle 25 de Mayo, en Tacuarembó, no recuerdo por qué motivos o con qué excusa. Una vez con un shetani de pau preto que había conseguido en el mato del norte de Mozambique y que su esposa guardará en algún estante.

En 1999 empecé a pagar un apartamento muy pequeño del BHU en Montevideo, en el piso 14, el último piso de un edificio de Avenida Libertador y Cerro Largo. Unos meses después alguien (Circe Maia, si no me traiciona la memoria), me dijo “¿Así que vivís en el mismo edificio de Tomacito?”. No tenía la menor idea que Tomás vivía en Montevideo también. Menos en el edificio en el cual pensé que había hecho un excelente negocio renunciando a una beca para hacer una maestría en Arquitectura en Nueva Zelanda. Renunciamos a la maestría, apostamos todo por vivir en Uruguay, y enseguida vino aquella crisis, la peor crisis de Uruguay en 100 años.

A Tomas lo encontré tiempo después, caminando por allí o en el hall de entrada del edificio. Luego nos vimos un par de veces en la entrada, nos sentamos a conversar de lo mal que iban las cosas y sobre planes que se frustraron poco después, como un periódico que saqué y que duró unos pocos números. Cuando supo que me iba a la Universidad de Georgia me habló con admiración de REM, del cual su hijo era fanático. Nos escribimos una pocas veces más.

Alguna vez le dije que le tenía una gran admiración pero me costaba mucho leer sus novelas. Casi tanto como al gran Onetti. Los dos eran muy lentos para mi gusto, demasiado descriptivos, uno más urbano que el otro pero los dos excesivamente descriptivos para mi gusto (yo prefería, y aún prefiero a los Sartre, los Sábato, los Galeanos, los Hemingway), aunque con páginas magistrales que yo nunca escribiré. Creo que no le gustó mi comentario pero por entonces yo era un joven que tenía la superstición rioplatense de que decir las cosas directamente es un gesto de amabilidad…

Más allá de cualquier comentario (un día habrá que aclarar la discutible historia de su última novela que involucra a la familia de un tío mío), pero lo que está fuera de discusión es que la historia de la literatura uruguaya lo recordará por muchas generaciones. Algo que, para un escritor, a largo plazo es siempre irrelevante; pero no para sus lectores.

(*) majfud@gmail.com

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