de velos y desvelos 2 / Juan Manuel Luque por Teherán

a L, inequívoca andén de una época de fábulas reales y trenes imaginarios de los que nunca pude bajar..

Era un martes y las seis y algo de la tarde. 
Al reloj gigante de la estación central de Teherán le faltaba la aguja mayor. Todo agosto quedó gris cuando, al ver pasar tu tren realicé que probablemente aquel hasta luego fuera a nunca.
-«no te enamores de nadie» me dijiste al bajarme.
Hacía calor, pero sentí frío al darme cuenta que no debía haberlo hecho.
Mar. Tomamos el mismo camarote con otra pareja de kurdos a por los cuatro días del Asia express de Estambul a Teherán. Recuerdo todos los detalles; los recuerdos se hacen memorias más fuertes cuando están vinculados a emociones.

Hoy he vuelto a Irán después de 20 años. 
Impresiona el increíble desarrollo que tuvieron a pesar de todos los líos de la zona y la aridez de un interminable desierto montañoso que parece abarcarlo todo. Impresionan las carreteras y autopistas perfectas. En Teherán un metro que una vez finalizado en pocos años será, con más de 300 Kms, el más largo del mundo. Parece recién estrenado en todas sus estaciones, las mujeres tienen sus vagones exclusivos al principio y fin de cada tren. Y los oscurecen con sus velos negro que le cubren todo menos el rostro. Eso es, acaso, una de las pocas cosas que en la superficie parece no haber cambiado.

Relativamente. La ley sigue y se cumple a rajatabla; las mujeres deben cubrirse la cabeza. La inmensa mayoría viste totalmente de negro. Pero las de clase más alta, y acaso no tan religiosas -relación que debe tener más implicancias que esta simple anotación-, cumplen la ley pero agregándose detalles y colores ya sea a los velos que dejan escapar cabellos extremadamente cuidados, maquillajes exquisitos o túnicas también coloridas y capitoneadas que, a propósito, no llegan a los tobillos revelando jeans y zapatillas de marca.

Me dejaste ganar el primer partido de ajedrez, mas me ganaste todos los siguientes que eran ‘a por el té’. 
Discutías apasionadamente del mundo aunque lo único que conocías era Persia -insistías en llamarla así- y Estambul. 
Llenaste de fábulas multicolores la gris rutina del traqueteo de las vías. 
Y la mesa del camarote de galletitas azucaradas, dátiles tunecinos y dulces turcos.

Esta vez llego en avión desde Turquía. En el Ataturk me sorprendo con una fila interminable de iraníes llenos de bolsos gigantes. Iban expresamente de shopping. Varios, al verme con mi pequeña mochila, se me acercan para pedirme si pueden despachar alguno de sus bolsos en mi lugar y ahorrarse cientos de dólares por exceso de equipaje. Le digo que sí a una cuarentona de ojos persas grises preciosos, decisión que luego sería de gran ayuda al llegar al aeropuerto Khomeini de Teherán y no saber para dónde, ni cómo, arrancar…

La gente es increíblemente amable, y dispuesta a ayudar una vez que se dan cuenta que uno pasa la mayor parte del tiempo perdido por la falta de conocimiento y los incomprensibles carteles en farsi.

En los pueblos chicos la amabilidad es aún mayor. En una ocasión iba con mi mochila caminando por una carretera vacía a un refugio de montaña a unos Kms de distancia y un bus vacío para a levantarme aún sin haberle hecho seña alguna. El chofer no habla una gota de inglés, pero a la vez que maneja me sirve té y no solo eso, sino que para frente a mi destino y espera pacientemente a que termine el mismo haciéndome señas de que no me apure.

Entro al dormitorio y hay tres iraníes cenando en el suelo y no aceptan un no como respuesta a sus ofrecimientos de acompañarles. Y es una cosa que se repite como regla constantemente.
Amén de ser cultos e interesantes, adoran de hablar de política; la mayoría son hipercríticos con el sistema.

Es graciosa la transformación que en el vuelo desde Estambul sufren un lote de mujeres jóvenes onda hippy-chics que subieron con shorts, camisetas y mucha piel; «estas son boleta en Teherán», pensé para mí. Pero se bajan transformadas en devotas musulmanas totalmente cubiertas. Como que si el vuelo fuera también una suerte de puerta a otra dimensión mucho más allá de algo geográfico. De hecho hay un respaldo lógico: como los persas tienen su calendario referido no al nacimiento de Jesús, sino a la fecha de peregrinación de Mahoma a la Meca, viven oficialmente en el año 1369. Es, entonces, entendible y de recibo la transformación de las hippy-chics aggiornándose a la época del destino…

Mar te llamabas y eras viento de verano; con ese aire vital de náufraga sin playa de encalle. Poseedora de esa atractiva sensualidad cerebral que pocas mujeres tienen… Y una suerte de melancolía alegre.
Me decías que cuando llegáramos a Teherán me fijara en el reloj gigante de la fachada; que habías sido tú la que te habías robado la aguja mayor pues no te gustaban las horas exactas…
Aún recuerdo con detalles tu pelo negro y tú chador violeta; tus labios con gusto a té…

Todos los iraníes con quienes hablé preguntan qué piensan de ellos en el exterior. La verdad es que no sé bien que se piensa de ellos en estos momentos tan confusos para occidente. Ni importa. Ellos han logrado solos y por sus medios -compartibles o no- una sociedad dinámica, solidaria, culta y extremadamente segura. Y, considerando el vecindario donde les tocó vivir, es un mérito a valorar. 
Cuánto de todo ello se cementa en la religión, es un tema incuestionable. 
Y cuánto de algunos extremos de ella son debatibles, es otro.

Personalmente y con un limitado acercamiento, no puedo menos que, basado en hechos incontestables, reconocer que es una sociedad en continuo avance, lo que es mucho decir en un mundo estancado viviendo casi un periodo barroco.
Hay poquísimos policías en Teherán, a pesar de lo que uno creería. Los pocos que se ven están trenzados en discusiones a los gritos con automovilistas infractores, artífices de uno de los tráficos más caóticos del mundo. Discusiones que la mayoría de las veces luego de llegar a una suerte de punto culmine, donde parece que en cualquier momento los dos sacarán una cimitarra y tocaran degüello… terminan a las risas y, ¡muchas veces, de la mano! 
Supuestamente, pero de civil siguen los guardias revolucionarios guardianes de la moral y buenas costumbres, mas no es algo percibible al visitante. 

La única situación incómoda fue cuando caí en la bobada de sacarme un famoso selfie frente a una inmensa vidriera negra con un par de gigantografias de los ayatolas; no terminé de bajar la cámara que un barbudo en uniforme kaki sale de adentro y me mete. «veníamos tan lindo» y «bien hecho por abombado», pienso…

Adentro estaba lleno de barbudos y bolsas de arena como en una trinchera. ‘acá terminó como el capitán Brody, en Homeland’, pienso mientras se me viene otro superior con la barba erizada de tan malo; y me llevan frente a otro, al fondo, en una silla de ruedas; me la veía venir, por lo que, con forzada naturalidad lo gorroneo señalando en el teléfono la dirección de un hotel cercano y preguntándole donde quedaba. Hesita un instante, pega unos gritos y me sacan afuera y señalan una esquina… ¡Zafé!

Hablando de filmes, los iraníes son fanáticos del cine, los hay por doquier y en su filmografías se incluyen palmares de Cannes -como ‘el vendedor’ recientemente-; y hasta el Óscar de ‘la separación’ hace un par de años.

Cuando tu tren a Esfahan comenzó a moverse lentamente toda la estación central se detuvo. Nadie caminaba y el caos se congeló, los gritos de los vendedores, los pasajeros atrasados que corrían últimos vagones, los cargadores, los expendedores de té, el polvo suspendido en los haces de luz tamizados a través de los ventanales gigantes de la sala de espera con sus largos bancos de madera y largas cortinas de terciopelo rojo.
El reloj con su aguja solitaria..
Todo detenido.
Menos tu tren.
Cuando realicé que yo también estaba congelado, apenas pude seguir con la mirada empañada tu mano pegada a la tercera ventanilla del vagón 7.
-«no te enamores de nadie»
Era alrededor de las seis en agosto, un martes, mi corazón salteó latidos.

La razón de mi visita a Irán esta vez era tratar de subir el monte Damavand, con casi 5.700 mts, el más alto de Medio Oriente. Pero no pude evitar ir a la estación central a recordar aquel instante. 
Como tampoco puedo dejar de pensar de cuantas veces en la vida, mirando en retrospectiva, nos damos cuenta de trenes de los que no debíamos habernos bajado, tanto como otros que jamás debimos haber tomado. 
Pero el tiempo puede acelerarse o enlentecerse, incluso detenerse, pero no se puede retroceder…
La estación está totalmente renovada, limpia, organizada, hasta con varios carteles en inglés. Un comedor decente y bancos de espera aceptables.

No esperaba encontrarte esta tarde, obviamente.
Solo quería ver si habías devuelto el minutero…

Teherán, República Islámica de Irán, 10 de agosto de 2016

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