Tacuarembó: era un sitio, era un lugar…

Escribe Ricardo Casas.

Hace unos días escribí este texto por el pedido de una amiga, me salió de un tirón: Era un sitio, era un lugar…

“Donde había la pureza implacable del olvido” es el título de mi primer documental y salió de una frase de Nieblas y Neblinas, la canción más autobiográfica de Eduardo Darnauchans.

Pero con el tiempo fui descubriendo que no es tan implacable y, en esta tarea de cineasta, “El miedo del portero ante el penal” diría Peter Handke o “La soledad del corredor de fondo” diría el Darno en alusión el film de Tony Richardson, fuimos conociendo algunos datos interesantes.

De origen incierto es Tacuarembó la patria de muchos referentes de la cultura uruguaya, artistas de varias disciplinas, como diría Washington Benavides “somos fruto de una cultura aluvional” donde todos dejaron su impronta: indios, negros, gauchos, franceses, catalanes, alemanes, italianos y españoles entre otros.

¿Y de dónde surge esa necesidad de expresar un sentir propio a través de los mecanismos intrincados del arte?

¿Artigas tal vez, Salsipuedes y su silencio, los exilados de la Revolución de Farroupilha, la California del Sur o La Rosada y sus coristas? ¿Serán los negros escapados de las fazendas brasileñas o Don Frutos que vuelve conservado en un barril de caña?

Puede haber sido en épocas de la modernización del país, entre 1880 y 1890, cuando el poder se junta con el desarrollo (el iluminismo, el capitalismo), en todos los ámbitos de la vida de esa nueva República. Tal vez un señor que amaba a la música tanto como a las mujeres y que gastó su fortuna en construir un teatro de ópera en 1891, el mismo año que llega el ferrocarril a Tacuarembó, ya saben a quién me refiero, Carlos Escayola también coronel por decreto de Máximo Santos en 1886.

Tocaba piano, guitarra, mandolina y otras cosas, cantaba en las “reuniones de sociedad” y en los fogones con la peonada. Pero pasó a la historia por lo peor y lo mejor que hizo: engendrar a Carlos Gardel. Sin duda el primero que puso (y no puso) a Tacuarembó en el concierto mundial. Y “El silencio de Tacuarembó” escondió “Los secretos del coronel” con cuatro candados.

Luego vino un señor bajito, tímido pero muy productivo, y ese sí puso a Tacuarembó, más bien a Paso de los Toros, en el mapa mundial. Hijo de una familia de químicos tuvo que irse a Montevideo para formar parte del Boom Latinoamericano, Mario Benedetti. Otros escritores maravillosos continuaron creando ese mundo propio e intransferible como Tomás de Mattos y Circe Maia, tan generosos, tan humanos. Sin olvidar a Sara de Ibáñez, Walter Ortiz y Ayala, Silvia Puentes, Domingo Ferreira y Víctor Cunha. No menciono a Eduardo Milán porque nació en Rivera.

Aquella tradición de viejos guitarreros como don Héctor Benavides, el padre del Bocha, dejaron espacio a Numa Moraes y Eduardo Larbanois, estos sí guitarristas de escuela, nos acompañan en el imaginario colectivo desde aquellas tardes en que esperaban el último disco de Los Beatles sentados en la ventana de la disquería, a mediados de los años 60 del siglo pasado.

Y veamos lo que nos cuenta Estela Magnone: Falleri es el apellido materno de nuestro padre, Dante Magnone Falleri. Su abuelo, Oseas Falleri, fue fundador de una de las primeras escuelas de música del país. Su madre, Julieta, era profesora de piano e iba a tomar exámenes al interior del país. En Tacuarembó conoció a Dante Magnone Sghirla, nuestro abuelo. La hermana de Julieta, o sea nuestra tía abuela, Agar, fue una concertista de piano muy importante y es ella que tenía con Hugo Balzo el Conservatorio Falleri Balzo. Como dato curioso, nuestro abuelo, Dante Magnone Sghirla, era primo hermano de María Lelia Oliva Sghirla, madre de Carlos Gardel. Dante Magnone Falleri y Estela Ibarburu Elizalde eran músicos cuando se conocieron, se casaron y tuvieron a Daniel, Alberto y Estela Magnone, primos de los hermanos Ibarburu.

Ni hablemos de la madre de Jaime Roos, también de Tacuarembó, curiosamente su hijo se llama igual al cura que casó a los padres de Gardel, Jaime Ros, el que construyó la iglesia de la ciudad.

También las artes plásticas han dado hijos pródigos de Tacuarembó. Podemos ver varios de sus cuadros en el Teatro Escayola, Gustavo Alamón Da Rosa nos dejó esas imágenes tan enigmáticas como coloridas de personajes sin cara. Julio Uruguay Alpuy (también nacido en paraje Cerro Chato Tacuarembó) alumno primero y docente después en el Taller del maestro Joaquín Torres García. Y Dumas Oroño pintor, grabador, ceramista, escultor, muralista, destacado docente y gestor cultural.

Otras historia y otros destinos tienen los talentos que deben ir a la capital o a la capital vecina para expresarse, pensemos en Marta Gularte, Olga Delgrossi, Lucas Sugo y Dani Umpi, distintas generaciones pero con un éxito de público muy claro.

Y referentes de ámbitos cercanos, destacados personajes que no todos saben de su origen tacuaremboense como el filósofo Sandino Núñez y el multifacético Ildefonso Pereda Valdés. En un mundo donde lo inmediato triunfa por sobre lo permanente conocer algo de nuestros orígenes no hace mal a nadie.

El Bocha decía que parte de los orígenes culturales y musicales de Tacuarembó se lo debemos a José Tomás Mujica, un músico y compositor vasco, cofundador del SODRE, que se radicó en estos pagos por 1944. Dio clases en el Conservatorio por donde estudió René Marino Rivero, uno de los mejores bandoneonistas del mundo que paseó su arte entre las mejores salas de concierto internacionales.

Orígenes de un semillero de artistas que sigue siendo un misterio, un enigma que recorre los rincones de Valle Edén, Tambores, Curtina, Laureles del Queguay, Chamberlain, Rincón del Bonete, Cardozo, Piedra Sola, San Gregorio de Polanco. Por ahí resuenan las guitarras de Benavides, Escayola, Numa, El Larba y una voz que nunca cantó en el Teatro Escayola: Carlos Gardel.

Si ustedes visitan el Panteón de los Escayola (el Harén de Escayola) miren el panteón que está enfrente, encontrarán escrito:

No maldigas del alma que se ausenta

dejando la memoria del suicida.

Quién sabe qué oleajes, qué tormentas

lo alejaron de las playas de la vida.

Es el texto que Eduardo Darnauchans transcribió en una de sus canciones (Ni siquiera las flores), al comienzo.

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Extraído de Faceebok

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