Desde la postal… / Por Tipli – SIEMPRE SE VUELVE A LA PRIMERA POSTAL

Nunca creí que la vida me iba a encontrar a esta altura de mis años en el mismo, el mismísimo lugar donde empezó mi existencia. Y sin proponérmelo me invaden imágenes, recuerdos, vivencias de aquellos lejanos tiempos en el que aún vivían mis abuelas, mis tíos y por supuesto mis padres. Los gurises del barrio y las infaltables tardes de fútbol en los campitos de los alrededores. El remozado Parque Rodó, la vieja y querida comuna y el almacén del Tito Salgueiro que de alguna forma marcaba un límite para el barrio, y como fuente de vida las cantarinas aguas de nuestro Tacuarembó Chico.

Desde las plateadas mojarritas que le robábamos debajo de los puentes hasta las adormecidas tarariras que se iban a esperar a sus crías bajo las areniscas de las tosquitas. El canto mortecino y fastidioso de las chicharras sonaba de espinillo en espinillo o de ksina-ksina en ksina- ksina, mientras esperábamos pacientes detrás de un inmenso tala que algún sabiá o zorzal entrara en la aripuca que día tras día armábamos cuidadosamente.

El camino de las tropas nos ponía en contacto con cuanto paisano pasaba arreando todo tipo de animales, cerdos, ovejas, vacunos y de vez en cuando alguna tropa de pavos o simplemente pirú como les decía mi abuela Águeda. Y al momento de pasar el viejo y estrecho puente de la comuna era la oportunidad de acudir a dar una mano para ayudar a cruzar la tropa. Luego los saludos las manos en alto, algún sobrero que se levantaba y ese agradecimiento con el que nos llenábamos el alma hasta el próximo encuentro, la próxima tropa.

El arroyo marcaba el compás con el que pasaba el tiempo debajo de los puentes. Día a día, tarde a tarde los veranos traían desde todas partes del pueblo, como caminos de hormiga a miles de personas que hacían más llevaderos y disfrutables aquellos rigurosos veranos norteños.

Desde los quince metros hasta el puente colorado y luego la playita de Arballo el arroyo se llenaba de risas, murmullos, picadas y salpicaduras. Si, que el arroyo era fuente de vida, y como decía mi padre los tacuaremboenses a fuerza de gozar de su arroyo era un pueblo de hombres guapos y nadadores. Claro que en estos tiempos de igualdad de género tendríamos que decir un pueblo de hombres y mujeres guapos y nadadores. El puerto de Odalís, la represa, el parador del Tati con Marcelo y Carlitos y la muchedumbre que se juntaba en Las Tosquitas, completaba la gran fiesta popular del verano. Los encuentros de fútbol más conversados que viví en mi vida se producían en Las Tosquitas.

El Yilo era el dueño de la pelota y luego de pisar se repartían los cuadros elegidos con la consigna de que el que pierde sale y un par de equipos más esperando afuera el momento del pierde sale. Goleros como el poeta Walter Ortiz y Ayala hasta la sutileza de la zurda del otro gran poeta, el recién desaparecido Bocha Benavides pasando por la pisadita del Pardo, o el bombazo del Pocho Pedrozo, o la particular forma de bajar la pelota del Pájaro Espinosa o el lagunero Quintana que del aire al suelo la traían como con la mano hasta dejarla dormida. O la veloz corrida del Chango Camilo o cientos de testigos que tarde a tarde lo vivíamos.

Qué fácil se va del pensamiento al recuerdo, del recuerdo a la evocación y de la evocación a la exaltación. Sin embargo la realidad te baja un cable a tierra y recién te das cuenta… el arroyo está muerto. Año tras año el abandono le fue ganando a la vida. Y en décadas fuimos transformándonos en indiferentes testigos de su muerte.

Claro todo tiene un orden y a la hora de ordenar a los que por indiferencia o quien sabe qué dejaron avanzar el tenebroso camino de la contaminación, primero está el gobierno departamental. Y cuando digo el gobierno departamental me refiero tanto al ciudadano que está en el sillón de 18 de Julio hasta los 31 ciudadanos que jueves a jueves se reúnen en la sal de sesiones José Artigas. Y claro por extensión, luego nos toca a todos un poco, aunque sea para patear, o mejor para emprender alguna iniciativa para por lo menos ver qué podemos hacer.

Saben que tuve un tío que vivió la mayor parte de su vida en Montevideo y siempre decía que soñaba con volver a la orilla de “su Jordán”. Sabes una cosa tío…no vengas nunca, mucho menos del más allá… ¡tu Jordán está muerto!

Foto: Vieja casona, donde estuvo el boliche del “Tito Salgueiro”. Ubicada en Gral. Rivera y Luis Batlle de la ciudad de Tacuarembó.

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