Recuerdos del “Bocha” Benavides…

El 24 de setiembre de 2017, fallecía en la ciudad de Montevideo el poeta y escritor Washington Benavides a los 87 años de edad. Amplia y profunda es su creación. Músicos uruguayos de alcance internacional musicalizaron su poesía, entre ellos Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, Héctor Numa Moraes, Eduardo Darnauchans y el dúo Larbanois – Carrero. El profesor “Bocha” Benavides, como le decían en su pueblo natal, había nacido el 3 de marzo de 1930 en la ciudad de Tacuarembó. Recibió, entre otros, distinciones como el Gran Premio Nacional a la Labor Intelectual en 2012 y el Premio Morosoli de Oro en 2014

Diferentes hombres y mujeres de la cultura tacuaremboense destacan la figura del fundador del denominado “Grupo Tacuarembó”.

“Dicen que se fue el amigo…” / Por Eduardo Larbanois

Dicen que se fue el «Bocha» Benavides… el poeta y el amigo… o el amigo y el poeta… el orden, en estos casos no viene al caso…
El poeta, nos acercó por ejemplo, «Cuando cante el gallo azul», entre otros tantos poemas cantados o para cantar…
El amigo nos acercó el «Zumba que zumba»… porque corrían tiempos difíciles y «había que cantar calandrias»…
Y porque corrían esos tiempos difíciles y había que cantar calandrias, el tecleaba y tecleaba en su maquina de escribir, poesías y canciones que le ponían luz a la noche mas negra…
Dicen que se fue, pero antes de irse nos enseñó todo lo que hay que saber sobre poesías y canciones y todo lo que hay que hacer para echar luz cuando la noche es más negra…
Trataremos de seguir siendo fieles a ese aprendizaje…
es el mejor homenaje que le podemos hacer.

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Si te parece… / Por Circe Maia

Desde Tacuarembó, la inigualable Circe Maia comentó a la diaria que lamenta la pérdida de un amigo. La autora de Dualidades conoció a Benavides de adolescente, cuando llegaba de vacaciones a Tacuarembó. Después, cuando se instaló en la ciudad norteña, Circe comenzó a trabajar como docente de filosofía. “Como éramos colegas, conversábamos en los recreos. Mi amistad es de esa época”, dice. Sus recuerdos más recientes son de cuando él y su esposa iban a veranear al lado del lago Iporá, donde se dedicaban a recordar aquellos tiempos. “Todavía hablo con los que tuvieron al Bocha como docente, y lo recuerdan mucho. Incluso hace unos años se formó la cátedra Washington Benavides [que se dedica a organizar talleres y actividades artísticas] y el año pasado di por primera vez en ella un tallercito de poesía y traducción”, cuenta.

Sobre su obra, reconoce que eran poetas muy distintos, pero no en cuanto a la disciplina, ya que eran grandes admiradores de Machado, por ejemplo, y coincidían en varios autores. “Me sentía muy cercana a sus milongas, y a su libro Fotos [1986], que me parece espléndido. Recuerdo el final de un poema inédito, que conocí durante esas visitas que hacía a Tacuarembó, cuando nos reuníamos en la casa del doctor Seoane. Creo que se llamaba ‘El fin’, y decía, ‘no el polvo, no el hueso, no la sombra. El verdadero fin: esfera blanca de reloj sin horas’. Eso me había impresionado, por la desaparición del tiempo de un reloj sin horas”, observa la poeta que, en sus versos, logra detener la destrucción del tiempo.

De ladiaria.com.uy

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Lecciones de inmortalidad / Por Elisa Izaguirre

Hay silencios que son como muros.

Donde las ausencias no tienen escapatoria.

Nada y todo al mismo tiempo.

Hay tiempos de palabras como caminos

Donde la vida se enciende, intensa.

Todo y nada al mismo tiempo.

Hay sonidos que perduran y abren caminos.

Donde transitan los que quieren llegar a alguna parte.

Todo, nada, siempre, nunca.

Hay vidas que son como mapas.

Donde caminas sin saberlo sólo para llegar más lejos.

Tan simple y tan complejo como trascender el tiempo.

(Pocas vidas transcurren como la del Bocha Benavides. Pocas personas transitan con tanta intensidad este plano, espontáneamente, al ritmo de sus propios versos. Eso se parece mucho a la inmortalidad).

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Testimonio de un privilegio / Por José Gómez Lagos

Aunque el tiempo transcurre inexorablemente, algunas imágenes y episodios encuentran la manera de acurrucarse, para permanecer perennemente en la memoria. Tengo recuerdos de gestos, inflexiones de voz, colores, recursos pedagógicos, actitudes y enseñanzas de grandes Profesores. Profesores de un tiempo de generación cultural de un país de relevancia internacional. En el más selecto conjunto docente que tuve el privilegio de disfrutar y admirar a lo largo de los años, siempre he mantenido con especial gratitud al Profesor Washington Benavidez.

Cada tanto, retornaba la imagen profesoral, intencionadamente cercana, con su clásica vestimenta oscura, que conjugaba con su cabellera azabache, abundante y lacia. Tenía un estilo casi actoral, con gran capacidad para transformar las palabras en imágenes.  En ocasiones, se detenía en un instante de la acción, mostraba a los personajes desde distintas posiciones, enfatizaba alguna frase o un verso, una y otra vez.

Como si fuera poco, insistía expresa y directamente, solicitando que nos imagináramos la escena. Sonreía, gesticulaba, ponía cara de desconcierto o de asombro, nos sumergía en una atmósfera concordante con el texto, hasta que todo se rompía por la repentina irrupción sonora del timbre que anunciaba el fin de la clase. Años después, ex alumnos solíamos recordar sus clases.

Alguien agregaba algún recuerdo que se escapaba a los demás y enriquecía la reconstrucción de clases inolvidables. Cuarenta y cinco minutos que nos hacían transitar por distintas regiones, épocas, circunstancias, géneros literarios y autores.

Tuve la fortuna de reencontrarlo inesperadamente, veinte años después, durante una de sus vacaciones veraniegas en Balneario Iporá. Por entonces, yo borroneaba un trabajo literario. Saludarlo con la emoción del reencuentro y recibir su cordialidad, fue cuestión de un instante. Enterado de mi proyecto, no solo tuvo la generosidad de leerlo, también de comentarlo y sugerirme posibilidades para su publicación.

En ésta nueva etapa, por los temas de conversación y las inquietudes, percibía más al poeta Washington Benavides, aunque mantenía intacto el hábito de estimular la lectura y la escritura a su alrededor. Por aquél tiempo fueron apareciendo, “Canciones de Doña Venus”, “El mirlo y la misa”, “Biografía de Caín” “Diarios del Iporá”.

Recibió Reconocimientos en distintos ámbitos, que rendían homenaje a una obra, una trayectoria y una integridad humana verdaderamente imprescindible para un mundo que se banaliza y relativiza.

Washington “Bocha” Benavidez, nos ha dejado un ejemplo inmenso de amistad, coherencia, enseñanzas y elevación, digna de perpetuar como faro de la mejor humanidad.

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Abrir un mundo / Por Héctor Numa Moraes

Numa Moraes inició en 1966 su colaboración compositiva con Benavides, que duró más de 50 años. Lo conoció en el liceo de Tacuarembó –“lo que te puedo decir es que sus clases no se olvidan más”–, pero el primer cruce fue cuando al Bocha le entregaron el Premio Nacional de Poesía. A Numa le pidieron que participara, e interpretó obras inéditas de otros poetas. Lejos de una actitud de formateo, Benavides alentaba a sus discípulos en sus características propias: “Nos mostraba todos los caminos que uno podía transitar. El Darno era un tipo muy culto, y agarró para el lado del rock y Bob Dylan, y la poesía antigua. En el caso de Carlitos [Benavidez, sobrino del Bocha] y el mío, respondimos a la raíz folclórica. Pero en esa época yo escuchaba todo, música clásica, folclórica, rock. No tenía esquemas. Y siempre nos marcaba lo que era de nivel, pero sin obligarnos. De pronto, si ponía al lado una letra de Palito Ortega y un poema de Juan Gelman o Antonio Machado, la distancia era enorme, y te lo hacía ver.

Ahí escuché por primera vez a Gelman, conocí a Juan Cunha, me enteré de una señora que se llamaba Circe Maia. Lo que hacía era abrir un mundo. Para mí fue como un padre. Y de alguna manera, aunque no lo dijera, siempre me guio, hasta el último momento: en el último disco que grabé [Recordando a Yupanqui] está la marca del Bocha, porque cuando estaba antes de editarlo se me ocurrió contarle, y me dijo ‘supongo que habrás grabado ‘Sin caballo y en Montiel’, la mejor milonga de Yupanqui’. Y no, no la había grabado. Fui al estudio, llamé a [Mauricio] Ubal y la grabé. Hace unos días me había mandado tres poemas del poeta brasileño Manuel Bandeira y me dijo: ‘Mirá, tenés que ponerle música a esto, que es precioso. Vamos a hacer un disco para niños’. Y eso unos días antes de esta caída”.

De ladiaria.com.uy

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