AQUELLOS TIEMPOS: Tacuarembó, allá lejos y hace tiempo… / Por Marcelo de Alcántara

CARLOS GARDEL – Cuando el famoso comentarista Erasmo Silva Cabrera (AVLIS) puso sobre el tapete ese tema de discusión que hasta hoy muchos mantienen acerca del origen de Gardel- aunque yo afirmo que el Zorzal Criollo nació en Tacuarembó- mi pregunta fue directa a mi querido tío Pato. Carlos Escayola, el tío Pato, a quien me unía una larga amistad y mi participación en su famoso teatro de títeres «El ceibo», me contestó. Gardel era su hermano.
El tío Pato, bonachón, sereno, afectuoso sonrió y me comentó: «Los recuerdos son recuerdos y viven allí donde quedaron: en su mundo».

Mi curiosidad crecía como crecían los artículos en radios y revistas. Mis recuerdos iban tomando forma. Mis abuelos me habían contado que el 24 de junio de 1935, el día que murió Gardel, la Farmacia Colón, propiedad del tío Pato, había cerrado sus puertas. También me habían contado que la familia Escayola en ese momento recibía saludos por duelo pero todo era bastante nebuloso, vago…
Hice entonces una pregunta más directa, más aclaratoria: «Tío Pato: ¿usted conoció a Gardel?»
Mi tío, mi amigo bonachón, paternal, entre café y café me miró hondamente y me contestó: «Siendo muy niño, mi padre (el Coronel Escayola) me llevó de Tacuarembó a Montevideo porque, según sus palabras, alguien quería conocerme. Fuimos al viejo Tupí Nambá y allí, en medio de un grupo de parroquianos, estaba Carlos Gardel. Su figura simpática, popular, se alzó ante mí, me tomó en sus brazos, me sentó sobre la mesa, me acarició el cabello y me puso su sombrero»
Nada más dijo el tío Pato.
Hasta hoy sigo pensando: ¿Por qué Gardel quería conocer al tío Pato? ¿Por qué lo trató con tanta ternura? ¿Por qué al final de la anécdota el tío Pato bajó los ojos que brillaban intensamente? Para pensarlo ¿no?

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EL CIRCO – Los circos venían año a año y se instalaban en la esquina de Agraciada y República Argentina. Era un mundo de color, de luces y de música que encendía al barrio. El circo y sus payasos, sus trapecistas, sus fieras enjauladas, la niña que caminaba haciendo equilibrio sobre un alambre, la que en un solo pie se mantenía en el caballo, la que hacía bailar una docena de platos al mismo tiempo, las banderas flameando y aquella inolvidable marcha que nombraba a todos los países de América. En la segunda parte del espectáculo circense se representaban obras de teatro: dramas lacrimógenos, comedias de equívocos, sainetes. Todo había sido previamente anunciado con un altavoz, en las primeras horas del día, por las calles de Tacuarembó. «Ilusiones del viejo y de la vieja», «En familia», «Barranca abajo», «Tierra baja», «Los derechos de la salud» eran títulos escogidos para atraer la atención del pueblo; adaptaciones especiales donde la situación se resolvía en un solo acto. Con mi amiga Olga Delgrossi (éramos niños) nos presentábamos ante el dueño del circo y nos ofrecíamos para trabajar en ese teatro que tanto soñábamos. En muchas escenas parecimos un montón de veces -Olga ya nos deleitaba con su voz- y nos sentíamos los dueños del mundo. Tuve el gusto de representar el papel de Dionisio Díaz en una versión casera pero inolvidable. Habría mucho para recordar, para contar pero ese mucho queda en el recuerdo, en una esquina de Tacuarembó que veía partir a un circo y esperaba la llegada de otro. Dos niños quedábamos allí, con nuestras ilusiones de «un día llegará otro» que no era otra cosa que una vocación que nacía y que nos hacía felices.

Marcelo de Alcántara grabalp@adinet.com.uy

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  Pedro Gallego, Marcelo de Alcántara, Mariela Núñez, Luis Osvaldo Dini, Gliceria Malbrán y           Jorge   Dalton

 

 

 

 

 

 

 

Washington Puentes Chiesa fue un pionero, en esta foto, de 1935, posa con Diego Balestra en el primer vuelo de PLUNA a Tacuarembó en el Aero Club, del que fue fundador.

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