EN RECUERDO a Monseñor JULIO BONINO BONINO

MONSEÑOR BONINO: “El tacuaremboense siente mucho más de lo que expresa” (*)

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Los tacuaremboenses, los fieles y también los otros, se sorprendieron al encontrarse con un hombre joven para ocupar la máxima jerarquía católica regional. Sería interesante conocer un poco de usted.

Nací un 2 de febrero de 1947 en Santa Lucía, departamento de Canelones; soy el mayor de cinco hermanos. Mis padres son oriundos de Puntas de Maciel, del departamento de Florida, ellos se conocieron en ese lugar. Mi madre hizo un curso de peluquería y se atrevió, en un momento en que su familia estaba en una circunstancia muy difícil, a trasladarse a la ciudad de Canelones y abrir una peluquería allí.

Luego abrió una en Santa Lucía, donde residió la familia, y allí trabajó hasta jubilarse. La casa de peinados se llamaba “La Esmeralda”, por lo cual en el pueblo me conocen como “el hijo de la Esmeralda”. Mi padre trabajó en una tienda en Canelones hasta que cerró la misma y después en una fábrica de pantalones en Montevideo, viajando un trayecto en tren y otro en ómnibus. Él salía a las 5 de la mañana y regresaba 7 u 8 de la noche a casa.

– El entorno familiar no escaparía lo que es característico de las poblaciones pequeñas del interior uruguayo…

Exacto. Alrededor de la plaza estaba el colegio, la parroquia, el club social, el cine… Por lo tanto me crie alrededor de una plaza tradicional en un lugar donde teníamos la posibilidad de esparcimiento por la existencia de un río, con un parque de entrada. Recuerdo que cuando mi padre – siendo yo niño – volvía de su trabajo en Canelones, nos íbamos, a la luz de la luna, toda la familia a bañarnos y a cenar a la orilla del mismo.

Actividad que, seguramente, sería costumbre de los vecinos, donde aprovecharían para encontrarse y conversar.

Claro, porque al ser pequeña la comunidad, uno vive en unidad con todos los vecinos; yo recuerdo en los carnavales los juegos de agua, la serpentina, el papelito, los penachos; también me acuerdo de la matinée y el “cine baby”, o sea una niñez bien pueblerina. En el barrio había especiales personajes que marcan muchas cosas en la vida de uno; yo no me olvido de un viejo peluquero que me vio ir a la escuela, luego al liceo y fue el primero que me afeitó. Vivió hasta los 90 años y, a pesar de la edad, continuaba cortando el pelo y afeitando con navaja, se llamaba Eugenio Polla, conocido en el pueblo por “Don Eugenio”, yo le decía “Tío Polla”. Era una persona muy significativa, siempre usaba un sombrero tipo galera y andaba con una cañita de bambú para correr los perros; era un gran caminador. Él nos invitaba, con su estilo de vida, a contemplar lo lindo y lo bueno de las flores, los árboles, la luna, las estrellas, el río… Con el aprendí a valorar muchas cosas, como esos amaneceres en las quintas de los alrededores.

Siempre recuerdo con una sonrisa el sistema que tenía para despertarme y no hacer bochinche: yo dejaba la ropa pronta de noche y me ataba una piolita al dedo gordo del pie, sacaba la punta para afuera, entonces él pegaba un tirón y yo saltaba la ventana y salíamos. “Tío Polla” se acostaba cuando anochecía y se levantaba muy temprano, siguiendo el ritmo de la naturaleza…

Luego vendría la adolescencia…

… con los cumpleaños de quince, que constituían la gran propuesta de juventud. En el pueblo había un club que se llamaba “El Recibo” – que cuando yo lo contaba en Montevideo creían en algo que no era – donde íbamos a bailar con una media hora de música típica y la otra de música moderna. En mi juventud íbamos por supuesto al río a pescar y nadar, y también al mar, donde mis padres tenían una casita en una playa de Canelones, a mí siempre me gustó mucho lo acuático sobre todo en el mar.

¿La educación secundaria la adquiere en Santa Lucía?

Hasta que decido hacer Agronomía y me traslado a Montevideo a hacer preparatorios, porque en Canelones no había.

Para el joven Julio César el cambio de un pequeño pueblo por una gran ciudad le debe haber traído ciertas modificaciones en su vida, ¿no?

Un cambio muy importante, donde los vecinos a uno lo advertían de los peligros que podían existir, tanto morales como ideológicos en la gran ciudad. Yo tenía una gran resistencia de ir a Montevideo, porque mis padres siempre nos llevaban en vacaciones al mar o a Puntas de Maciel, pero nunca a la capital; pero no tuve otra alternativa. De todas maneras fue una época muy fructífera, porque allí se confrontaban todas las ideas en un tiempo efervescente en posturas políticas, lo cual exigía un discernimiento para tomar posición…

– En un momento que languidecía el Uruguay “de las vacas gordas”.

Yo como que viví como algún ático de lo que fue ese Uruguay, además coincide que se cierra la tienda donde trabajaba mi padre en Canelones y es ahí que se traslada a trabajar en una fábrica de Montevideo.

En plena juventud, en un entorno social montevideano a comienzo de la segunda mitad del siglo, descubre su vocación religiosa y decide asumirla.

Cierto. Yo había integrado la Juventud Estudiantil Católica y ahí descubrí el Evangelio y lo empecé a leer. Cada día leía un pedacito y me proponía consigas de él, decía “aquí el Evangelio propone tal actitud o tal valor”. Un día me sorprendí pensando algo que había pensado cuando niño… como que me reencontré con aquella idea de la niñez, de ser sacerdote. A esa idea se habían opuesto mis padres y yo luego había abandonado ese pensamiento y viví muy alejado a la vida eclesial.

– Hasta que resurge otra vez aquella idea.

Si, el deseo – creo yo – fue de responder a un llamado muy fuerte a ese vivir y anunciar los valores del Evangelio.

Y resuelve ingresar al Seminario…

… a los 18 años, transformándose en un drama para toda la familia. Yo en una semana dejé mi casa, dejé todo y me metí en el Seminario. Pero puedo decir, además, que mi sentimiento era también contradictorio, porque yo no era alguien que viviera una vida muy religiosa, mi actividad con el grupo católico era más bien media. Recuerdo que todo el barrio se conmocionó con la idea y mis hermanos decían que me había puesto medio loco y todo el mundo trató de impedirlo, ceo que solo encontré una persona que me acompañó a dar ese paso.

– Y lo cierto es que dio ese paso.

Si, al tiempo de estar me pareció fácil. Recuerdo que una vez me vino una gran pregunta, de cómo alguien como yo podría tener una ilusión desmesurada de ser el predicador de los valores del Evangelio de Jesús. Ahí tuve un gran encontronazo con lo que yo soy, en ese momento pensé “si todos supieran quien soy, principalmente los superiores, me echarían del Seminario”. Hice todo un esfuerzo para decir quien era y no me echaron.

Y dentro de la Institución realizó sus estudios.

Hice dos años de lo que se llamaba Humanidades, estudiando literatura, latín, griego y oratoria, luego de tres años de Filosofía y cuatro de Teología.

– Seguramente esos nueve años dentro del Seminario le habrán permitido reflexionar la forma que ejercería el sacerdocio en el futuro.

Yo siempre valoré mucho de Jesús, de su vida – que decimos de 33 años aunque fueron algunos más – y los 30 años que pasó conviviendo con la gente, lo que la Iglesia llamaba “la vida oculta de Jesús”, que era una vida de cotidianidad, de ser un obrero, un vecino… entonces me puse en contacto con una espiritualidad en la cual el anuncio de Jesús no fuera solo lo verbal, sino una vida sencilla, en lugares que se acercaran más a esa humanidad de Jesús. Y entonces pedí ordenarme en un barrio humilde y trabajador como es Paso Carrasco. Enseguida quedé solo en un lugar donde no había iglesia, no había parroquia ni capilla y las primeras misas las celebraba en la casita donde almorzaba. De allí pasé a una parroquia suburbana de Las Piedras, que fue un lugar donde me encontré con uruguayos del interior, y sintetizo esta realidad tan particular que vivía en ese barrio, diciendo que una vez en una asamblea de unas 40 personas, pusimos un mapa del Uruguay y cada uno tenía, con una banderita, que pinchar el lugar donde provenía y decir porque lo había hecho… surgió entonces que había gente de 17 departamentos de la República y que se habían venido porque no podían seguir estando allí.

– El haberse vinculado con gente del interior le habrá permitido conocer otras realidades. ¿Continuó en Las Piedras por mucho tiempo?

De Las Piedras pasé a El Dorado, porque allí me habían encomendado en una tarea extraparroquial, que era de encargarme de los grupos juveniles de las 32 parroquias existente a lo ancho y a lo largo de Canelones.

Trabajando con los muchachos se habrá encontrado con situaciones múltiples de la realidad juvenil…

Muy diversas… pero yo destacaría dos. Les decía a los jóvenes que estaba harto de plantearme el futuro de la sociedad, porque había momentos muy asfixiantes en ese compartir y dialogar con ellos, estando siempre la pregunta acerca del futuro y como planteárselo; esto era un desafío por las grandes dificultades que un joven tiene que realizarse. Y lo otro era percibir como la desintegración familiar afecta muchísimo al muchacho en su posibilidad de decir quien era él y para qué estaba; había muchas cosas machucadas, ¿no? Entonces uno enjugó muchas lágrimas tanto en la apertura hacia el futuro como por el origen…

Debe resultar angustiante no encontrar respuestas válidas para ofrecerles ante situaciones tan extremas.

Tal vez, la buena noticia que yo siempre tuve para ofrecerle, fue ese compañero de caminos; porque lo bueno y lo malo de la vida es muy diferente enfrentarlo si se tiene con quien que si se está solo. Es un desafío acompañar eficazmente al joven en su problemática global, pero también fue algo muy lindo el ver que el joven encontraba a Jesús como compañero de caminos. Siempre intenté hacer sentir al joven la imagen de “compañero: no te dejes convencer que sos una sobra o un colado en el mundo porque existe alguien que es dueño de todo y te hizo amanecer acá es porque quiere solo contigo realizar algo”. Cuando el joven tiene esa imagen de Dios de haber dado la vida humana y que lo acompaña, uno ve donde puede llegar, ¿no?

En esto último ha citado a Dios, ¿qué definición tiene usted del mismo?

Al decir los cristianos: Padre, Hijo y Espíritu Santo, lo defino como familia. La idea que yo tengo de Dios de es de unidad y diversidad. Es solo un Dios verdadero y tres personas distintas, que nos llaman a vivir radicalmente eso; es decir, tratar de ser todo lo distinto que somos cada uno y a la vez vivir en la alegría de la complementabilidad y la unidad. Un Dios que es comunión y participación, un Dios que cuando uno descubre lo que El ha revelado de sí encuentra como está hecho para vivir eso, que es el origen del cosmos y la vida humana.

¿En los tiempos que corren, el hombre, sobre todo el uruguayo, intenta una búsqueda de Dios, existe un acercamiento hacia la Iglesia?

Creo que una de las cosas que ha sucedido en el Uruguay es que estamos variando nuestra manera de decirnos lo que somos. Siempre he sostenido que el pueblo uruguayo, a diferencia de otros latinoamericanos, es anticlerical, es ateo; ya desde el punto de vista sociológico de cuando vino el Papa al Uruguay hizo que los sociólogos debieran repensar esas hipótesis. Estimo que la gente en este Uruguay de hoy está buscando acercamientos a lo religioso y también a la Iglesia, en la medida que la misma haga propuestas que iluminen el camino y la vida en la situación que se está viviendo. Pienso que hay una necesidad de Dios en la gente. Hoy vemos que en el mundo las propuestas ideológicas, están en crisis y vale la pena preguntarse cuál es la explicación última de todo. Esto hace un gran replanteo en el hombre y uno siente que lo religioso va ocupando espacio.

Hay quienes anuncian una sociedad competitiva y auguran un aumento del individualismo en la misma. ¿Qué rol debe desempeñar la Iglesia Católica frente a estos vaticinios?

Entramos a una nueva cultura en este fin de milenio y el gran desafío está planteado por el tema que vamos a tener el próximo año cuando se celebren 500 años de evangelización. El Papa vendrá el 12 de octubre de 1992 a Santo Domingo y en una reunión de países latinoamericanos, el tema será “Nueva evangelización, promoción humana y cultura cristiana”. Creo que la Iglesia tiene el deber de estar presente allí donde se están gestando nuevas perspectivas históricas. Por ejemplo este planteo de un tema al que no se puede permanecer ajeno, porque ese planteamiento de competición puede llevar a frustraciones, cuando la Iglesia tiene una propuesta para que el hombre sea totalmente hombre, tiene que poner todo de ella para que la propuesta de sociedad integrada en la región sea humana y cristiana.

Ha descrito su Santa Lucía natal, sus inicios sacerdotales, la experiencia en Las Piedras, también su trabajo a nivel juvenil, pero vale preguntarle sobre su llegada a Tacuarembó y por supuesto su opinión sobre nuestra sociedad y su gente.

Tengo que decir que la voy conociendo, que no es tan fácil como al principio uno se puede creer, el conocer al tacuaremboense. En primer lugar lo que me llamó la atención fue el ritmo lento de vida y también como una percepción inicial – que no es nada probado -, me parece que el hombre que vive en este lugar siente mucho más de lo que expresa.

¿Ese sentir más profundo que expresivo está manifestado en el trato de nuestros coterráneos?

Yo encontré aquí una hospitalidad muy grande tanto en las comunidades católicas como en el resto del vecindario.

Esto último no condice con lo señalado referente a la expresividad.

Mire, a veces he tenido un encuentro con una persona y pienso que no pasó nada, después por terceros me entero de todo lo que significó aquello que yo no me di cuenta o sea que todo esto me dice que había una cantidad de sentir…

Estas situaciones habrán de despertarle inquietudes referentes a los pobladores de Tacuarembó.

Cierto. Estoy muy interesado por lo artístico, por lo artesanal, por el canto, e intento contactarme con todo eso porque me parece muy importante el estar atento a las expresiones del arte de Tacuarembó. Estoy motivado para ver lo propio, sentir muchas cosas que no son “folclóricas”, sino que son reales.

¿Cómo puede ser la situación socioeconómica de muchos tacuaremboenses reflejada en ese arte?

Por ejemplo en el campo, donde en los poblados me he encontrado con situaciones que significan mucha distancia en ser participantes de lo que todos teníamos que tener en la vida. He encontrado mucho dolor de la partida, como que es demasiado pronto esa separación que tiene que darse en la familia de acá; además da la sensación que la familia que se queda unida, más allá de las contradicciones, es aquella que no tiene posibilidad de pensar el futuro. Entonces pienso que hay una problemática mucho más profunda de la que uno percibe por primera vez. Yo, por ejemplo, vengo de un lugar donde se inundaba, entonces siempre pienso en las inundaciones y digo: “que bien hecho, acá no hay ningún lugar que se inunde”, está todo previsto, porque hay cosas muy lindas en la ciudad…

– ¿O sea que una cosa es verla por primera vez y otra descubrirle la otra cara a la ciudad?

Eso. Y también en la moral donde uno ve que hay fachadas y hay trasfondos, que hay deterioro en la familia…

¿Y en qué otro tipo de situaciones usted encuentra trasfondos?

En la pobreza que hay, que ha simple vista está como camuflada y que en la medida en que uno empieza a acercarse descubre realidades, porque en un primer momento a uno le parece que todo está bien.

– Ese descubrimiento de realidades que determinan pérdidas de valor en el hombre que habita su Diócesis, le significarán a usted un verdadero desafío, ¿no?

Si, porque en el planteo en esa preferencial opción por los pobres que la Iglesia para ser auténticamente seguidora de Jesús tiene que tener, evidentemente hay unos grandes desafíos acá para nosotros, pero también para la cultura tan hedonista que uno ve, uno percibe que existen valores que se van deteriorando muchísimo, incluso en aquellos que tendrían más docencia de los mismos.

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  – Padres de Puntas de Maciel, una estación de ferrocarril e el departamento de Florida, él de Santa Lucía, un pueblo del departamento de Canelones. Primeros años de su vida hasta la adolescencia “correteando alrededor de la placita del pueblo” , luego Montevideo “en el IAVA, haciendo preparatorios de Agronomía”. La metrópolis le aportó cuestionamientos a su aldeano vivir hasta que un día, en plena juventud, el hijo de “la Esmeralda”, ingresó al Seminario para consagrar su existencia a la tarea religiosa.

Julio César Bonino Bonino, designado Obispo para la Diócesis de Tacuarembó y Rivera de la Iglesia Católica Apostólica Romana , llegó con su guitarra, con su acordeón, con “su” río Santa Lucía dentro de si y su fe, a nuestro pueblo, el cual “no es tan fácil conocerlo” a primera vista.

(*) – Entrevista realizada por Gustavo Bornia y publicada en Semanario Batoví el 13 de setiembre de 1991.

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Julio César Bonino Bonino, falleció en la ciudad de Tacuarembó el día 8 de agosto de 2017. Había nacido el 2 de febrero de 1947 en la ciudad de Santa Lucía, departamento de Canelones. Fue ordenado sacerdote el 26 de marzo de 1974. El 20 de diciembre de 1989 fue nombrado Obispo de la Diócesis de Tacuarembó y Rivera, cuya ordenación se confirmó el 18 de marzo de 1990.

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Un Obispo comprometido / Por Pablo Inthamoussu

Julio Bonino llegó a Tacuarembó a los 43 años de edad y fue Obispo de la Diócesis de Tacuarembó y Rivera por 27 años. Nunca se olvidó de su pago natal, Santa Lucía en Canelones, pero quiso a ésta tierra del Norte y a su gente como pocos.

Se jugó por lo jóvenes, a nivel Nacional e Internacional, no adoctrinando sino acompañando a los jóvenes en el camino, en particular en sus decisiones y desafíos, que no son pocos en éstos tiempos.

Estuvo atento a la problemática de su país y de su zona. Tomó opciones con criterios propios e independientes, no identificándose con ninguna ideología preexistente, el marco de referencia fue su conciencia y su Fe Cristiana, en muchos casos recibió el apoyo y en otros el rechazo, por ejemplo cuando participó el 1º de mayo en un acto de los Trabajadores o cuando formó parte del Movimiento en defensa del Medio Ambiente, no compartiendo la explotación minera a cielo abierto.

Dejó su impronta en el trato personal, con los creyentes y con los de otra filosofía de vida, dedicando tiempo en ponerse en el lugar del otro sabiendo escuchar con empatía.

Uno de los últimos encuentros, fue a raíz de un reportaje que le hizo el “Semanario Búsqueda” donde había manifestado su intención de dar un paso al costado en el ejercicio del Obispado, reiterando estar decidido a ello. Le dijimos no compartir su decisión y que la creíamos fruto de una exigencia exagerada de sí mismo y una expresión de humildad, por no valorarse en forma adecuada su gestión.

Julio ha dejado un vacío difícil de llenar en Tacuarembó y en su Iglesia, pero nos ha legado su trayectoria y el mejor reconocimiento que le podemos ofrecer, es intentar seguir sus pasos y culminar sus proyectos.

Pablo Inthamoussu

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