FALTA EL PERCHERO / Por Ignacio de Posada (*)

Hace años, por el camino de una vocación que no prosperó, tuve la suerte y el privilegio de poder estudiar filosofía y algo de teología en la Compañía de Jesús, con excelentes profesores jesuitas. Me sirvió para comprender y valorar – entre otras cosas – las bases aristotélicas y escolásticas de la moral y el derecho. También ambientó, tiempo después, mi reacción, negativa, frente a las concepciones formalistas, kelsenianas, que se enseñaban en la Facultad de Derecho de la Udelar. Siempre me pareció que no tenían otro mérito que el de gambetear los temas de fondo.

Salir por la tangente sin tener que encarar preguntas filosóficas básicas, que luego llevan a disyuntivas de vida. Andados algunos años más, me tocó vivir la experiencia de ser legislador y constatar qué poco se cuestionaba el sentido y la teleología de las iniciativas presentadas al Senado (También me enseñó la relatividad de las cosas: en ese entonces, era poco, hoy simplemente no existe un estudio a fondo de los proyectos).

Y en los tiempos que corren, vivo, como tantos, la tristeza y la angustia de ver mi país sumido en una profunda crisis. No económica – de ahí el reciente resultado electoral – si en valores, instituciones y derechos. Deformación y descaecimiento de la familia, del derecho a la vida y a la seguridad personal; vacío ético y sustantivo en la educación; incomprensión y menosprecio por las instituciones y el Estado de Derecho….

Parte de la sociedad y de los líderes políticos son conscientes del tema y manifiestan su preocupación, pero no parece que alcancen a percibir sus verdaderas causas. Ven una cultura con rasgos de decadencia pero no entienden que lo que se ha secado son sus raíces. Angustiado por este cuadro, estoy tratando de volver a estudiar aquellas raíces filosóficas, para entender cabalmente el conjunto de problemas y ver si puedo contribuir a su solución, o al comienzo de un camino que apunte a soluciones. Camino que debe comenzar por un encare franco. Así, volví a leer un filósofo escocés que me había impactado años atrás: Alasdair MacIntyre.

Rescato – en tan apretado espacio – algunos pensamientos de su libro: “After Virtue: a Study in Moral Theory”. “Parece no haber, en nuestra cultura, una forma racional de asegurar el consenso moral” (6) Porque no hay una base de premisas comunes. Nuestras discusiones sobre moral nos llevan a premisas encontradas, para las cuales no tenemos otra explicación que su afirmación. Eso ha hecho que, aunque mantenemos un lenguaje “antiguo” en materia de moral (por inercia de la moral estoica – cristiana), en los hechos, “lo que una vez fue moral ha desaparecido, y esto marca una degeneración, una grave pérdida cultural”.

Para Macintyre la crisis es fruto del Iluminismo, al pretender separar la moral de sus bases teológicas (negadas), sin haber podido proveerla de otras con igual fuerza de coherencia estructural. Ni las teorías pseudo-psicológicas de Hume y A. Smith, ni el utilitarismo de Bentham, ni el racionalismo de Kant, ni la estructura filosófica de Marx, basada en el homo-oeconómicus y el determinismo “científico”, ni ningún otro intento hasta ahora, han podido evitar los pantanos del relativismo. La piedra angular de la moral “clásica” está en la concepción del ser humano que tiene un sentido, dado no sólo por su origen sino y fundamentalmente, por su fin. La “causa final” de Aristóteles. Negado eso, se niega el sentido de la vida del hombre y por tanto la moral también pierde sentido. ¿Para qué?

El fruto de ese Iluminismo es el hombre llamado postmoderno, cuyo proyecto de vida es esencialmente individualista e inmediatista. Su concepción de la libertad es la de un derecho instrumental para su desarrollo y satisfacción personal. Coherentemente, el compromiso sólo tiene sentido por y para esa realización y la vida, lejos de mostrar un “telos”, es una cancha de juego, donde desarrollamos eso hasta que nos suena un pitazo final. Las raíces de nuestra crisis son muy profundas. Irónicamente, el fracaso del llamado Socialismo Real lejos de fortalecer los pensamientos filosóficos que lo combatieron, ha contribuido a agravar el problema. Porque Marx podía ser tachado de cualquier cosa menos de relativista. Su meta era construir un sistema de pensamiento completo que incluyera una moral objetiva, basada en premisas absolutas (científicas, en su lenguaje). Mientras duró, el Marxismo exigió de quienes lo rechazaron, el ofrecer algo igualmente armado y serio. Hoy, del Marxismo quedan caricaturas popu con un residuo Rousseauniano y enfrente, una mezcla de romanticismo y relativismo ad hoc que va soltando las balizas, en un navegar sin rumbo hacia la inmensidad de la nada sin sentido.

Rompe los ojos la pérdida de valores, pero no es menos evidente la incapacidad para reponerlos o sustituirlos. No hay dónde apoyarlos, con qué darles vida. El artiguismo duró poco, el batllismo poco más, la filosofía de alpargatas popularizada por Mujica es apenas entretenida.
Querer fabricar valores sin premisas es como salir a comprar perchas sin tener dónde colgarlas.

(*) Abogado y ex Ministro de Economía

-Publicado en El País Digital (25.1.2015)

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